Cuando nos confinaron de manera insólita
y traumática, un torrente de solidaridad y reconocimiento hacia los
profesionales de la Sanidad Pública nos movilizó en los balcones cada día a las
ocho de la tarde. Jornada tras jornada nos citábamos a esa hora para sentir que
formábamos parte de una corriente social que estaba haciendo lo posible por
aplanar esa curva de muerte y enfermedad que escalaba a pasos agigantados.
Parecía que no hacíamos demasiado, mientras el peso recaía sobre todos los
trabajadores de los hospitales y centros de salud. Los aplausos fueron
languideciendo poco a poco como consecuencia del cansancio y la dureza del
confinamiento. A los pocos días algunos de esos aplausos se convirtieron en
caceroladas contra el gobierno y su gestión de esta crisis.
Los políticos, unos más que otros, han
ido emponzoñando el ambiente y subiendo el tono con el fin de conseguir un
rédito partidista en esta pandemia. Utilizar a los muertos es una vieja
táctica. No forma parte de la nueva política ni de partidos políticos de
reciente creación. Lanzarse los cadáveres a la cara ha sido la estrategia que
durante demasiado tiempo han utilizado determinados políticos en este país. Y
los ciudadanos, el pueblo hemos aprendido muy bien la lección. Y la repetimos
como loros que no piensan muy bien en lo que dicen, sin razonar lo memorizado
como una letanía de reproche y rencor.
Las escenas que estamos viendo en algunas
calles de nuestras ciudades, con enfrentamientos entre ciudadanos de distinta
tendencia ideológica resucita el duelo a garrotazos goyesco que tanto parece
definirnos. La discrepancia política solo puede expresarse con odio y
desmesura, arrebatando al contrario su condición de humano y no dejando espacio
para la solidaridad y el respeto. “De diez cabezas, nueve embisten y una
piensa.” El triste poeta sevillano quedaría más desolado aún al comprobar la
vigencia de su afirmación.
Se ha pedido con insistencia la
declaración de luto nacional y un reconocimiento merecido y sentido a las
víctimas. Esto se ha demandado para, acto seguido, subirse a un autobús con el
fin de darse un baño de cláxones como si de la celebración de un título de
fútbol se tratara. Si realmente queremos rendir ese homenaje a todos los
fallecidos, recordemos que la mayoría pertenecían a la generación que vivió la
guerra incivil y la posguerra, que tuvo que esperar casi cuatro décadas para
ejercer sus libertades (no dos meses y medio) y que ahora se han marchado sin
la compañía y la despedida que sus seres queridos les hubiera gustado darles. Comportarse
con decencia política, altura de miras, civismo social y respeto al diferente
habría de ser la respuesta natural de una sociedad civilizada y madura
democráticamente. Parece que no queremos ser conscientes de la tragedia que ha
acontecido con todas las muertes provocadas por este virus. Pensar que detrás
de cada número hay un nombre y apellidos nos resulta demasiado apabullante. El
goteo letal aún no se ha detenido aunque lo más duro sanitariamente ha pasado.
Sería desastroso que nuestro capricho sembrara de más ataúdes nuestras
ciudades. Sin embargo, ¿seremos capaces de aplanar la curva del odio?
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Viñeta de Eneko