Una cambra pròpia

domingo, 31 de mayo de 2020

APLANAR LA CURVA DEL ODIO

Cuando nos confinaron de manera insólita y traumática, un torrente de solidaridad y reconocimiento hacia los profesionales de la Sanidad Pública nos movilizó en los balcones cada día a las ocho de la tarde. Jornada tras jornada nos citábamos a esa hora para sentir que formábamos parte de una corriente social que estaba haciendo lo posible por aplanar esa curva de muerte y enfermedad que escalaba a pasos agigantados. Parecía que no hacíamos demasiado, mientras el peso recaía sobre todos los trabajadores de los hospitales y centros de salud. Los aplausos fueron languideciendo poco a poco como consecuencia del cansancio y la dureza del confinamiento. A los pocos días algunos de esos aplausos se convirtieron en caceroladas contra el gobierno y su gestión de esta crisis.

Los políticos, unos más que otros, han ido emponzoñando el ambiente y subiendo el tono con el fin de conseguir un rédito partidista en esta pandemia. Utilizar a los muertos es una vieja táctica. No forma parte de la nueva política ni de partidos políticos de reciente creación. Lanzarse los cadáveres a la cara ha sido la estrategia que durante demasiado tiempo han utilizado determinados políticos en este país. Y los ciudadanos, el pueblo hemos aprendido muy bien la lección. Y la repetimos como loros que no piensan muy bien en lo que dicen, sin razonar lo memorizado como una letanía de reproche y rencor.

Las escenas que estamos viendo en algunas calles de nuestras ciudades, con enfrentamientos entre ciudadanos de distinta tendencia ideológica resucita el duelo a garrotazos goyesco que tanto parece definirnos. La discrepancia política solo puede expresarse con odio y desmesura, arrebatando al contrario su condición de humano y no dejando espacio para la solidaridad y el respeto. “De diez cabezas, nueve embisten y una piensa.” El triste poeta sevillano quedaría más desolado aún al comprobar la vigencia de su afirmación.  

Se ha pedido con insistencia la declaración de luto nacional y un reconocimiento merecido y sentido a las víctimas. Esto se ha demandado para, acto seguido, subirse a un autobús con el fin de darse un baño de cláxones como si de la celebración de un título de fútbol se tratara. Si realmente queremos rendir ese homenaje a todos los fallecidos, recordemos que la mayoría pertenecían a la generación que vivió la guerra incivil y la posguerra, que tuvo que esperar casi cuatro décadas para ejercer sus libertades (no dos meses y medio) y que ahora se han marchado sin la compañía y la despedida que sus seres queridos les hubiera gustado darles. Comportarse con decencia política, altura de miras, civismo social y respeto al diferente habría de ser la respuesta natural de una sociedad civilizada y madura democráticamente. Parece que no queremos ser conscientes de la tragedia que ha acontecido con todas las muertes provocadas por este virus. Pensar que detrás de cada número hay un nombre y apellidos nos resulta demasiado apabullante. El goteo letal aún no se ha detenido aunque lo más duro sanitariamente ha pasado. Sería desastroso que nuestro capricho sembrara de más ataúdes nuestras ciudades. Sin embargo, ¿seremos capaces de aplanar la curva del odio?

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Viñeta de Eneko


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