Un libro loco se merece un artículo
loco. No lo califico yo, atrevida profesora que escribe; lo dice su autor, Juan
Mayorga, carterista de las palabras y académico desde junio, por obra y gracia
del Silencio. Intensamente azules (Ed. La Uña Rota, 2017) es un monólogo (o
soliloquio, como me corrigió de nuevo el autor, o antiautor como lo corrigió a
su vez y calificó Emilio Peral) basado en una anécdota autobiográfica. Una
mañana el protagonista se levanta y descubre que sus gafas de miope están
rotas; entonces recuerda que en su último cumpleaños sus hijos le regalaron
unas gafas de natación graduadas, intensamente
azules. Y aquí empieza el periplo de este padre de familia numerosa que se
atreve a mirar la realidad desde una perspectiva distinta: la que le ofrecen
los cristales de unas gafas de color azul. El resultado es divertido, porque
nos permite quitar dramatismo a la realidad que nos rodea, otorgarle cierta
ligereza para hacer de nuestra existencia algo más llevadero. Y este ejercicio
de descarga de la vida, en la realidad que nos rodea, siempre es de agradecer.
Además, conlleva valentía para ejercer una libertad, quizás quijotesca:
atreverse a moverse, por nuestro entorno tan políticamente correcto, con esas
pintas supone arriesgarse a mirarlo desde otra óptica diferente a la que nos
han dictado. Nuestro protagonista incluso descubrirá que hay otros osados (incluido
algún profesor de Secundaria pesimista) que contemplan la realidad desde gafas
de natación amarillas, rojas o negras. Estas gafas de natación de colores nos
permitirán pensar este mundo como
voluntad y representación de un modo nuevo y peculiar.
La edición del libro va acompañada de
unas imágenes originales y algo fauvistas de Daniel Montero Galán:
ilustraciones locas para un libro loco. Posiblemente son resultado de los
sueños insomnes de este creador autodidacta que ya realizó los dibujos de su Teatro 1989 – 2014 (Ed. La Uña Rota,
2014). El montaje teatral de este soliloquio fue dirigido por el propio autor,
quinto montaje que pone en escena con su compañía La loca de la casa (¡más locura!), y subido a las tablas en el
Teatro de la Abadía. César Sarachu, actor que ya demostró una notable permeabilidad
interpretativa bajo la dirección de Mayorga en Reikiavik, llena un espacio prácticamente vacío con su voz y su
lenguaje corporal de una expresividad encantadora. Como si de un mimo se
tratase, Sarachu toma cada palabra del texto mayorguiano y le insufla vida con
la entonación genuina de su dicción singular y la gestualidad de su cuerpo
flacucho, casi de alambres. El montaje permanece fiel a otros del autor con
escasa o nula escenografía, como El
cartógrafo, dejando a la pericia del actor y a nuestra imaginación el resto
del trabajo de composición.
Como constante hacedor de sus escritos, Mayorga continúa reescribiendo su obra,
mejorándola en mi opinión, porque escribe “buscando a otros”, sale a nuestro
encuentro para hablarnos con un estilo más directo. Y es en el texto escrito o
en la palabra interpretada donde podemos encontrarnos, cuestionarnos a nosotros
mismos y preguntarnos por el mundo de orates que habitamos. “Ojalá este sea
sitio de muchos encuentros”, afirma Mayorga. Ojalá, Juan, que el teatro y la literatura nos permitan seguir coincidiendo en esta extraordinaria locura
quijotesca.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico 'Ágora Alcorcón'
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