Una cambra pròpia

domingo, 4 de junio de 2023

EL PROCESO

Nadie sale indemne de El proceso. Ni de la lectura de esta novela de Kafka, ni de la adaptación teatral que Ernesto Caballero ha realizado y que se ha podido ver esta temporada en el Teatro María Guerrero de Madrid. Gracias a la palabra incumplida de su amigo Max Brod a quien Kafka pidió que destruyera su obra inédita a su muerte, podemos sumergirnos y bucear en el profundo y genuino océano kafkiano. 

 

Una mañana dos funcionarios se presentan en la pensión en la que vive el gerente bancario Josef K. (Carlos Hipólito) para comunicarle que se le ha abierto un procedimiento judicial cuya causa desconocen. Le informan de que debe presentarse en los juzgados para aclarar su situación. A partir de ese momento, la vida de K. queda atrapada en un sinsentido y en una maraña burocrática cuya salida no es capaz de percibir.

 

Un tío de K. le ofrece su ayuda y lo pone en contacto con un abogado amigo suyo que, aunque está enfermo y en cama, se hace cargo de su defensa. Sin embargo, las gestiones del letrado Huld no dan fruto y K. decide despedirle y hacerse cargo de su propia defensa. Entonces se pone en contacto con el pintor Titorelli, bien relacionado en los tribunales al ser retratista de jueces, pero este no le garantiza una sentencia absolutoria, tan solo un aplazamiento casi indefinido de la causa. Por último, antes del desenlace, K. mantiene una apasionada conversación con el capellán de la prisión (Alberto Jiménez). Así se nos presenta un mundo de burócratas abusivos, que se mueven entre lo fantástico y lo irreal, cercano a lo onírico, mucho más vivo y más complejo que el llamado mundo real.

 

La frustración de K. ante la imposibilidad de averiguar cualquier información sobre su proceso va en aumento. Pasa del desinterés o la despreocupación a la obsesión y la impotencia. La perplejidad de K. ante la inseguridad jurídica no es más que una metáfora sobre la incertidumbre del ser humano ante un mundo que no ofrece ninguna certeza. Hoy más que nunca lo sabemos. Ante la pérdida de todo sentido de trascendencia, sin embargo, seguimos conservando un sentimiento de culpa, casi original, casi intrínseco a nuestra condición humana. Y Franz Kafka, genial en su percepción visionaria, capta con maestría nuestro extravío en el laberinto del mundo actual que apenas ofrece respuestas. El personaje de Kafka es un ser que no acepta el proceso, porque no quiere vivir en lo abierto, en lo incierto, porque se le ha olvidado lo esencial, la validez y la imprescindibilidad del límite y de la forma.

 

"Los juicios son representaciones teatrales y viceversa”, nos dice el director del montaje cuya puesta en escena se inspira en el relato que el personaje del capellán de la cárcel le cuenta a K. en el penúltimo capítulo de la novela. Se trata de la historia de un reo que permaneció toda su vida a las Puertas de la Justicia tratando infructuosamente de franquearlas hasta perecer en el intento. De nuevo, la metáfora habla de nuestros miedos y limitaciones a la hora de comprender nuestro paso por este mundo como le ocurre a K. Por eso, un laberinto de mamparas móviles, transparentes nos sugieren los diferentes lugares donde se sucede la acción. La elocuencia escenográfica se pone al servicio de un coro kafkiano que se aloja en el escenario y que pretende ser un tribunal. Ese coro, de forma colectiva y del que también forma parte el público, juzga a K. Pero nosotros, en última instancia, también somos K. Y apenas sabemos nada de nuestro paso por esta obra de teatro. Josef K. es el símbolo del ser humano eternamente condenado, ya que es culpable de un pecado original, el de haber nacido. A esto debemos añadirle la vergüenza de estar vivos, porque “la sentencia no se dicta de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia”. Estar en proceso implica el hecho evidente de ser culpable. Ante la Ley todo el mundo es culpable.

 

Nadie sale indemne de El proceso, porque nadie sale vivo de esta vida. “Como un perro”.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 


3 comentarios:

  1. Como siempre, una magnífica reseña, Begoña.Añadir que algunos, no sólo salen indemnes en la sentencia, sino también del proceso, porque, aunque todos seamos considerados culpables, sólo los ciudadanos de a pie cumplimos condena. Los privilegiados se libran gracias a este corrupto e injusto sistema judicial que nos ha tocado. Sin duda la de Kafka era una mente preclara!

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    1. Que los ciudadanos somos iguales ante la ley sabemos que es una oración grandilocuente que nos llena la cabeza de utopía (a algunos). Sin embargo, sin que esto deje de ser cierto, lo que parece ineludible es que los ciudadanos somos iguales ante la muerte (tampoco ante la vida), porque esta pasa por nosotros. Aunque suene pretencioso citarme a mí misma, siempre en un verso que he escrito y repetido varias veces: "La vida no té pietat de ningú".

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  2. Ni iguales ante la ley, ni iguales ante la vida. Maravillosa reseña, Begoña K.

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