Me dispongo a vivir por tercera vez el mismo hecho irrepetible. Consciente, sé que solo el teatro me ofrece esta oportunidad. Es un momento feliz, único en mi vida y en la de mi amigo Juan Mayorga aquel 19 de mayo de 2019. Lo vivo con gozo, con la inmensa alegría que sentimos todos los que amamos el teatro. Nos felicitamos por el teatro pero también por el ser humano que es Juan Antonio Mayorga Ruano, sencillo y abierto a la escucha. Aquel salón de actos de la Real Academia se queda pequeño para acompañarlo a él y a su familia en un día redondo. Recuerdo el lugar que ocupo en la parte superior, recuerdo contemplar la cabeza de Juan pronunciando su discurso, la de su padre y la de su hijo, recuerdo que comparo la densidad de sus cabelleras acorde a su edad, a su tiempo. Allí estamos amontonados, felices, sin mascarilla.
Un año y un mes después, pocos días antes de que se decrete nuestro dramático encierro –bromeo con él sobre si debemos saludarnos como los japoneses o besarnos-, lanzo el desafío a mis alumnos de imaginar la ceremonia de ingreso de Juan en la RAE, como si de una obra de teatro se tratase, intentando hacerles partícipes del peligro de imaginar, de las posibilidades de libertad que les ofrece. El salón de actos de un instituto público de Alcorcón se convierte en aquel solemne recinto presidido por el retrato de quien a veces me permito llamar en clase el puto amo. Vivimos otra jornada que nos alimenta la imaginación. Allí nos encontramos de nuevo, amontonados, felices, sin mascarilla.
Casi dos años después, esta semana, asisto a la ceremonia de ingreso de Juan en la RAE por tercera vez, en esta ocasión en el Teatro Español. Lo revivo de nuevo en estas líneas, porque el lenguaje y el teatro lo hacen posible. La disposición del escenario me evoca la de aquel domingo primaveral: una sensación de dicha y bienestar me embarga. Recuerdo también a Blanca allí presente. Hoy ella es la protagonista, la Actriz. “La situación es teatral. Lo es la división del espacio, que separa a los recién llegados de quienes ya estábamos aquí”. El juego teatral del fingimiento vuelve a ponerse en marcha. El Autor desmitifica su discurso, lo baja al suelo y lo pone en manos de un clown, un mimo. Toma distancia de sus palabras y nos invita a reírnos con él, de él. Su nerviosismo, su gesto algo dubitativo al empezar a hablar penetra en el ámbito de la dramatización, consciente de lo impostado de la situación académica. Pero entonces, poco a poco, la obra de teatro Silencio se convierte en una declaración de amor al teatro con momentos de intenso lirismo y sinceridad poética. La Actriz se rebela contra el Autor, le reprocha la comprometida tarea encomendada como si del Augusto Pérez de Niebla se tratara. Solo después de confesarnos lo soso que es el Autor, nos demuestra lo imprescindible que es ella, la Actriz, para que sus palabras lleguen a nosotros. No solo las suyas, también las de Antígona, las de Bernarda y Adela, incluso las del propio Sancho para que ratifiquemos una vez más por qué estamos enfermos de teatro los tres: Autor, Actriz y Espectadora. Blanca Portillo afirma que es muy afortunada por ser contemporánea de este genio que es Juan Mayorga. Yo le apostillo lo dichosos que somos los espectadores de tenerlos a los dos juntos en las tablas. Allí estamos de nuevo amontonados, felices…
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Es todo un regalo siempre disfrutar de Mayorga y la Portillo, como lo debe ser escucharte en tus clases hablar del "puto amo".
ResponderEliminarMira, me has hecho sonreír y eso, con los tiempos que corren, no tiene precio...
EliminarLeyendo tu comentario es como revivir esa presentación como si hubiéramos estado allí presentes. Esto también es un regalo.
ResponderEliminarGracias Bego.
Un regalo es tener lectores como vosotros. Un abrazo, Víctor.
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