Eran necesarias tres grandes mujeres para hacer realidad esta película: Icíar Bollaín, su directora; Blanca Portillo, la actriz que encarna a la protagonista; y la tercera mujer, Maixabel Lasa, mujer de carne y hueso, viuda de Juan Mari Jáuregui, asesinado por ETA en el año 2000. Hacía falta también que la banda terrorista hubiera dejado de matar, tal y como opina una de ellas, la directora.
La película empieza con el relato del asesinato a sangre fría de Jáuregui, ex gobernador de Guipúzcoa y militante del PSE, que estaba de vacaciones en Euskadi ya que, al estar amenazado por la banda terrorista, tuvo que abandonar el País Vasco e ir a trabajar a Chile. Se muestra el desgarro irreparable que sufren todas las víctimas del terrorismo que ven su vida partida en dos, que se debaten entre el dolor insoportable y el odio y la rabia contra los asesinos. Maixabel Lasa, su viuda, afirma que la convirtieron en algo que no quería ser; su vida quedó ligada a los que perpetraron aquel cruento crimen. También la de su hija María, interpretada por María Cerezuela.
El núcleo central de la historia presenta los encuentros de Maixabel con dos de los asesinos de su marido: con Luis Carrasco, primero, y con Ibon Etxezarreta, después. Los diálogos, contenidos y directos a la vez, revelan el camino recorrido al cabo de los años por la víctima y por sus verdugos. La protagonista ha confirmado que lo narrado y filmado se parece bastante a lo ocurrido. Algunos han dicho que la historia habla sobre el perdón, pero la propia Maixabel Lasa ha asegurado que el suyo no es un punto de vista cristiano, porque no es creyente. Su relato trata sobre las segundas oportunidades, sobre la vida que queda después de un acto tan brutal para las víctimas, pero también para los victimarios. Porque la vida continúa para todos y la violencia acaba destrozando las existencias de unos y otros. Porque la historia valiente que Bollaín se empeña en contarnos es la de unos seres humanos rotos: unos por lo que les arrebatan; los otros porque se dan cuenta de que una vida entregada a la violencia es inútil y carece de sentido. Pero todos son humanos; los otros no aparecen retratados como monstruos. Y así trata de explicar cómo jóvenes con ideales acababan empuñando las armas y cometiendo actos atroces. Da miedo y vértigo ver y entender lo fácil que era acabar en la banda si te movías en un determinado contexto social e ideológico.
La película ayuda a entender, no a justificar, parte de lo que pasó. Otros aspectos quedan en lo inexplicable como el hecho de que se jugaran a suertes quién apretaba el gatillo o que apenas supieran nada de su víctima, detalles importantes de su biografía que su viuda se encarga de poner en conocimiento de aquellos que le quitaron la vida y que, acaso, de haber sabido o podido reflexionar les habría llevado a obrar de otra manera. Maixabel Lasa es un ser generoso y de una calidad humana extraordinaria, y ello le lleva a enfrentarse a la realidad de los asesinos de su marido sin renunciar a su verdad: “Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”, le dice a uno de ellos mirándolo a los ojos. La respuesta de Ibon (Luis Tosar) da esperanza a los que creen que la reconciliación en Euskadi es posible. Véanla, si no lo han hecho todavía, y me dicen.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe