Se levanta el telón y una voz en off nos pone en contexto. La proyección de la esquela de Mario Díez llena de significado la sobria escenografía que se muestra: nos imaginamos a Mario yacente en un estudio, rodeado de sus libros, con la solitaria compañía de su viuda, Carmen Sotillo. Entonces empieza un largo monólogo de una hermosa e incomprendida mujer en la madurez, con su marido, fallecido durante la siesta, mientras vela sola su cadáver de noche. Poco a poco se va desvelando la herida de las dos Españas en los cónyuges, pero siempre desde el punto de vista de ella que representa la España reaccionaria de los vencedores. La réplica masculina la da también ella. Pero Menchu representa mucho más que eso. Lola Herrera confesó una vez que si Carmen viviera hoy estaría de parte de nosotras. No le falta razón. Cuanto más se adentra una en el texto de Delibes más afecto y comprensión siente hacia este personaje femenino. Sí, he escrito lo que quería decir: acabas por entender a Carmen Sotillo que es fruto de un tiempo histórico, de una ideología y de una educación, pero también percibes la injusta desigualdad de oportunidades imperantes en la España nacional-católica y las frustraciones emocionales y sexuales que este contexto provocaba en el entonces mal llamado sexo débil.
Miguel Delibes reconoció que tuvo que volver a iniciar la escritura de la novela cuando ya llevaba cien hojas escritas, porque no funcionaba. Fue entonces cuando decidió matar a Mario. Para que la dialéctica entre ambos fuera convincente, resultó que uno de los dos tenía que estar muerto. Da qué pensar, ¿verdad? Así Delibes escribió una de las obras más sólidas de la novela experimental de los años sesenta del siglo pasado. Sin embargo, Cinco horas con Mario ha llegado al gran público a través de las tablas. Sin duda, la adaptación de la novela homónima ya es uno de los clásicos de nuestro teatro contemporáneo.
Soy reacia a las adaptaciones de novelas al teatro. Pienso que cada género tiene sus propias convenciones y registros y que hay que respetarlos. Sin embargo, con esta obra he tenido que hacer una excepción en ¿cuatro o cinco? ocasiones. Reconozco que he perdido la cuenta. Fue en el cambio de siglo y de milenio, en el Teatro Real Cinema (edificio emblemático de Madrid que ha sido demolido a pesar de datar de 1920), cuando pude pasar con Lola mis primeros noventa minutos. Aunque el montaje protagonizado por Natalia Millán en torno a 2010 (año del fallecimiento de Delibes) era un muy digno sucesor del original, es imposible imaginar a Carmen Sotillo con otra voz y otro rostro que no sean los de Lola Herrera. No sé qué opinará ella, pero para esta enferma del teatro este es el papel de su vida. No pude ver el primer montaje por imposibilidad obvia de la edad. Cinco horas con Mario se estrenó por primera vez el 26 de noviembre de 1979 en el teatro Marquina de Madrid. Parece ser que las dificultades para su estreno fueron múltiples y que era una obra, hecha por debutantes, que tenía difícil escapar del fracaso. No obstante, se mantuvo en escena durante dos lustros. Tenía entonces Lola Herrera la misma edad que su alter ego, Menchu. Hace poco, en una entrevista, escuché a Lola Herrera afirmar que ella no había elegido su carrera, que el suyo había sido el recorrido profesional de una actriz que había interpretado los papeles que otras intérpretes de primer orden habían rechazado. Lo afirmaba con alegría y dignidad, agradecida de que nunca le haya faltado el trabajo. ¡Inigualable e inestimable segundona?
En la obra, a partir de un localismo concreto, se nos habla de la soledad, de la culpa y de la incomunicación, también del sentido de la vida. Ese es el valor del texto y del montaje: no es solo un significativo documento de época, sino que lo trasciende y llega al público actual. Con los lustros, la cabellera rubia de Lola ha ido encaneciendo hasta que se ha hecho necesaria una peluca castaña. No pasa nada, porque esta corona su cabeza lúcida que recita el texto con la frescura de hace décadas y su cuerpo ya octogenario que sigue moviéndose con destreza por el escenario. El propio Delibes lo afirmó y no hay que quitarle la razón: “A Lola Herrera la haría eterna para que siempre representara esta obra”.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Me has hecho salivar, Begoña. Lola Herrera consigue que a pesar de la crudeza de los reproches de Carmen Sotillo hacia Mario, el espectador entienda que no es más que una hija de la educación y circunstancias de su tiempo. Dejar de defender todo aquello que critica, sería dejar caer su mundo; la sociedad patriarcal a la que pertenece no le dio la libertad necesaria para cuestionar su propia orilla.
ResponderEliminarPues a partir del 1 de septiembre la tienes en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Yo no me quedaría con las ganas...
EliminarComo siempre, tus reseñas se me hacen cortas. ¡Da gusto leerlas! He aprendido un par de cosas sobre la gestación de la novela que desconocía. Sin duda haré por ver este montaje. Gracias
ResponderEliminarA partir del 1 de septiembre en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
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