Una cambra pròpia

domingo, 27 de septiembre de 2020

LAS NIÑAS de PILAR PALOMERO

Las niñas es el primer largometraje de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980). Esta personal ópera prima ha ganado la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga que ha conseguido celebrarse a pesar de las circunstancias tan excepcionales que vivimos. La directora lleva muchos años formándose y trabajando en el mundo del cine. Palomero ha trabajado en documentales, participando en el montaje, dirección o como guionista. Ha dirigido cortometrajes de los que también es autora del guion, como Horta o La noche de todas las cosas.

 

Las niñas cuenta la historia de Celia (Andrea Fandos), una niña tímida e introvertida, que es alumna de un colegio de monjas en la Zaragoza de 1992. Celia vive con su joven madre, que es viuda y que apenas está en casa porque tiene que trabajar muchas horas para sacar a su hija adelante. Esta madre cansada desea que su hija tenga una vida mejor que la suya y que no pase por las penalidades que ella tiene que asumir. Pero Celia está despertando a una adolescencia rebelde e inquieta. Brisa, una nueva compañera de clase que viene de Barcelona, que también es huérfana, le muestra un mundo de descubrimientos y la empuja hacia el despertar de la vida: las primeras caladas a escondidas a un cigarrillo, la curiosidad por el sexo, la música moderna de los años 90, el cuestionamiento de las creencias heredadas. En el contexto de la España de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, Celia empieza a hacerse preguntas sobre su realidad y se encuentra con muchos silencios y algunas mentiras.

 

En esa España moderna, no todo es tan abierto y progresista como parece. En la educación que Celia recibe en el colegio de Escolapias todavía priman el conservadurismo y el secretismo, porque hay realidades que es mejor ignorar. Todas las mujeres que asistieron a centros religiosos en aquellos años encontrarán muchos recuerdos de una educación obsoleta que aún nos enseñaba costura. La complejidad de las relaciones familiares y el acoso escolar son también temas que aparecen en el relato cinematográfico. El papel de la madre, encarnado por Natalia de Molina, la consagran como una actriz de cualidades interpretativas sobresalientes. Sus silencios son tan significativos como sus frases. Palomero ha declarado, y se ve en la cinta, que no desea ajustar cuentas con nadie sino mostrar la esquizofrenia en la que aquella generación crecimos: la campaña gubernamental del “Póntelo, pónselo”, que trataba de frenar la pandemia del Sida, convive con el estigma social de no seguir el paradigma y la represión sexual contra las mujeres.

 

Es importante lo que se cuenta pero también cómo se cuenta. En el guion se entremezclan momentos intrascendentes, como cuando Celia pide a su madre la última prenda de vestir de moda, obteniendo siempre la misma respuesta, con momentos de mayor trascendencia y dramatismo, aunque siempre contenido. Es por eso que las elipsis se llenan de significado para el espectador en la misma línea que la de otra película hermana, Verano 1993 (Carla Simón, 2017). La cámara usada en formato 4/3 nos acerca a la visión miope y amnésica que queríamos mantener en aquellos años en que pensábamos que habíamos dejado atrás tantas cosas.

 

Los diálogos de las niñas guardan instantes con mucha enjundia. El método de trabajo de Palomero con estas jovencísimas actrices no profesionales ha sido la improvisación, porque deseaba que su primer largometraje rezumara naturalidad y verdad. Quien ve la película solo puede pensar que lo ha conseguido, como también ha logrado una voz propia personalísima que tiene mucho que decir en el mundo del cine, como sus personajes femeninos. La película empieza con el coro de niñas haciendo un ejercicio gestual en el que simulan cantar sin emitir sonido alguno. La pregunta que nos hacemos al final de la historia es si estas muchachas y esa joven madre trabajadora, que va a verlas en el festival del colegio, consiguen levantar su voz, que resuene y se eleve más allá de todo lo que pretende cercenar su vuelo de libertad.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

domingo, 20 de septiembre de 2020

TRAÏCIÓ de HAROLD PINTER

Al mes de març, els telons dels teatres van caure de manera abrupta i indefinida. De la mateixa manera que la vida quotidiana, com l’hem coneguda fins ara, va quedar paralitzada. Van restar moltes entrades venudes i funcions per estrenar. Incomprensiblement les portes dels teatres han estat les darreres en obrir-se. Al teatre hi ha una tradició. Quan està buit, sempre es deixa un llum encès, normalment sobre un trípode al centre de l’escenari. Aquest llum rep el nom de “llum testimoni” i significa que, encara que el teatre estiga buit, la llum testimoni roman. Significa que la gent del teatre sap que tornarà a ser convocada a l’àgora dramàtic. Aquest llum testimoni ens ha permet seguir nodrint-nos durant aquest dur confinament, gràcies al teatre ja viscut, al llegit i al que hem pogut veure a les pantalles dels nostres ordinadors. No, no és el mateix i els malalts de teatre ho sabem, però veure’l així ens ha fet ser més conscients, si és possible, de l’autèntic de l’espectacle en directe, de la interpretació única i irrepetible que un grup de comediants fan per a tu i els teus companys de sala. Com ha dit Mayorga, hem trobat a faltar el teatre, sobretot, com a espectadors. 

Tot açò ha provocat que, arribat el moment de reprendre el ritual grec, haja pres més significat encara. Cada gest, repetit tantes vegades com un autòmat fins ocupar la butaca assignada, recrea la cerimònia gairebé religiosa de les taules i ens fa més conscients de la vàlua del posat. No importen les mascaretes, ni els gels hidroalcohòlics; a una banda queda aquella distància física social imposada per un virus invisible i que s’esfuma gràcies a la paraula declamada. A l’escenari torna a ocórrer l’encanteri que ens hipnotitza i ens trasllada a la trama representada.  

Traïció és una de les obres mestres i més clàssiques del Premi Nobel de Literatura Harold Pinter. Es considera així perquè el tema que presenta es reconeix fàcilment per l’espectador: la història d’un triangle amorós. Emma manté una relació extramatrimonial amb Jerry, que és el millor amic de Robert, el seu marit. Pot semblar inclús tòpic. Aquesta vegada Pinter no obliga l’espectador a donar sentit a l’argument per desentranyar el que ocorre a l’obra. L’atractiu i el mèrit de la peça consisteix en què la història ens la conten a l’inrevés. Mitjançant una sèrie d’analepsis o flashbacks parcials, anem coneixent aquest ordit d’amor i traïció des del final fins l’origen del conflicte. Hi ha una crítica directa i feroç als convencionalismes socials a través de la relació d’aquests tres amics, al llarg de nou anys a l’Anglaterra dels anys 70. Però el que atorga una vigència genuïna al text és que, més enllà de l’expressió clara i raonable dels tres personatges, allà sota batega la seua lluita interna per creure el que diuen, per sobreposar-se als seus sentiments de frustració i desengany, per superar la repressió dels seus desigs ocults. Com afirma Berna, personatge de La colección, última obra (encara inèdita) de Juan Mayorga, sempre és massa aviat per saber si encertem o fracassem en una decisió. Traïció ens brinda l’oportunitat d’observar-ho amb la perspectiva del temps ja viscut. ¡Que fàcil seria viure si poguérem portar a les nostres existències aquest joc temporal pinterià!

Irene Arcos, Raúl Arévalo i Miki Esparbé aconsegueixen que els diàlegs queden a l’altura de l’obra i del seu autor. Mai no és una tasca fàcil. La resta d’elements teatrals, elaborats per aquells que s’amaguen entre bambolines, fan que la tornada al teatre conserve tota la seua màgia: escenografia, vestuari, música i il·luminació s’alien amb els tres intèrprets que creen aquesta faula en la qual ens submergim i vivim durant gairebé una hora i mitjà. El fos a negre torna al seu ésser aquests tres actors fantàstics. L’aplaudiment emocionat és de reconeixement mutu. El llum testimoni ens ha convocat de bell nou. Hem tornat al teatre.

Begoña Chorques Fuster
Professora que escriu
Foto estreta de la xarxa



domingo, 13 de septiembre de 2020

TRAICIÓN de HAROLD PINTER

En el mes de marzo, los telones de los teatros se bajaron de manera abrupta e indefinida. De la misma manera que la vida cotidiana, tal y como la hemos conocido hasta ahora, quedó paralizada. Quedaron muchas entradas vendidas y funciones por estrenar. Incomprensiblemente las puertas de los teatros han sido las últimas en abrirse. En el teatro hay una tradición. Cuando este está vacío, siempre se deja una luz encendida, normalmente sobre un trípode en el centro del escenario. Esa luz recibe el nombre de ‘Luz Testigo’ y significa que, aunque el teatro esté vacío, la luz testigo permanece. Significa que las gentes del teatro saben que volverán a ser convocadas al ágora dramático. Esa luz testigo nos ha permitido seguir alimentándonos durante este duro confinamiento, gracias al teatro ya vivido, al leído y al que hemos podido ver a través de las pantallas de nuestros ordenadores. No, no es lo mismo y los enfermos de teatro lo sabemos, pero verlo así nos ha hecho ser más conscientes, si cabe, de lo auténtico del espectáculo en directo, de la interpretación única e irrepetible que un grupo de comediantes hace para ti y tus compañeros de sala. Como ha dicho Mayorga, hemos echado de menos el teatro, sobre todo, como espectadores.

 

Todo esto ha provocado que, llegado el momento de retomar el ritual griego, haya cobrado más significado aún. Cada gesto, repetido tantas veces de manera autómata hasta ocupar la butaca asignada, recrea la ceremonia casi religiosa de las candilejas y nos hace más conscientes del valor del ademán. No importan las mascarillas, ni los geles hidroalcohólicos; al margen queda esa distancia física social impuesta por un virus invisible y que se esfuma gracias a la palabra declamada. En el escenario vuelve a ocurrir el hechizo que nos hipnotiza y nos traslada a la trama representada.

 

Traición es una de las obras maestras y más clásicas del Premio Nobel de Literatura Harold Pinter. Se considera así porque el tema que presenta es fácilmente reconocible por el espectador: la historia de un triángulo amoroso. Emma mantiene una relación extramatrimonial con Jerry, que es el mejor amigo de Robert, su marido. Puede parecer incluso tópico. Esta vez Pinter no obliga al espectador a dar sentido al argumento para desentrañar lo que ocurre en la obra. El atractivo y el mérito de la pieza consiste en que la historia nos la cuentan del revés. A través de una serie de analepsis o flashbacks parciales,  vamos conociendo esta urdimbre de amor y traición desde el final hasta el origen del conflicto. Hay una crítica directa y feroz a los convencionalismos sociales a través de la relación de estos tres amigos, a lo largo de nueve años en la Inglaterra de los años 70. Pero lo que otorga una vigencia genuina al texto es que, más allá de la expresión clara y razonable de los tres personajes, por debajo palpita su lucha interna por creer lo que dicen, por sobreponerse a sus sentimientos de frustración y desengaño, por superar la represión de sus deseos ocultos. Tal y como afirma Berna, personaje de La colección, última obra (aún inédita) de Juan Mayorga, siempre es demasiado pronto para saber si acertamos o fracasamos en una decisión. Traición nos brinda la oportunidad de observarlo con la perspectiva del tiempo ya vivido. ¡Qué fácil sería vivir si pudiéramos llevar a nuestras existencias este juego temporal pinteriano!

 

Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé logran que los diálogos permanezcan a la altura de la obra y de su autor. Nunca es tarea fácil. El resto de elementos teatrales, elaborados por aquellos que se esconden entre bambalinas, hacen que la vuelta al teatro conserve toda su magia: escenografía, vestuario, música e iluminación se alían con los tres intérpretes que crean esa fábula en la que nos sumergimos y vivimos durante casi una hora y media. El fundido a negro devuelve a su ser a estos tres actorazos. El aplauso emocionado es de mutuo reconocimiento. La luz testigo nos ha convocado de nuevo. Hemos vuelto al teatro.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe


domingo, 6 de septiembre de 2020

TEL AVIV ON FIRE

Tel Aviv on fire (Sameh Zoabi, 2018) és una comèdia que té com a marc el conflicte àrab-israelià. Encara que semble difícil i potser inadequat, de vegades és necessari riure’s de les guerres i d’allò que les provoquen. Tel Aviv on fire recorda en el to de sàtira a cintes com Un porc a Gaza (Sylvain Stibal, 2011). No obstant això, pel seu caràcter humorístic es troba més allunyada d’Els informes de Sarah i Saleem (Muayad Alayan, 2018) on la denúncia contra els abusos i les injustícies comeses pels israelians és més evident i dramàtica.

 

El títol ja és un equívoc perquè res del que succeeix en la pel·lícula ocorre a Tel Aviv, capital d’Israel i ciutat que pretén ser moderna i cosmopolita. Salam (Kais Nashif) és un jove de trenta anys amb una situació laboral i econòmica incerta. Cada dia passa el control fronterer que el porta de Jerusalem, on viu, a Ramallah, capital de Cisjordània. Allà es roda la famosa telenovel·la Tel Aviv on fire on ha aconseguit una modesta feina com a corrector d’hebreu gràcies al seu oncle, un dels responsables de la sèrie. Els passos fronterers i el mur construït, controlats per Israel, són elements d’humiliació que Israel utilitza amb el poble palestí. Aquells que tenen passaport palestí saben que no es poden relaxar en aquests controls. I aquí comença l’embolic de la pel·lícula.

 

En un dels viatges, Salam acaba davant del capità Assi Tzur (Yaniv Biton), responsable del control. Assi, que considera la telenovel·la propaganda antisemita, confessa a Salam que la seua dona és una gran seguidora de la sèrie, ja que el culebrot té adeptes a ambdues bandes del mur. “No tot a la vida és polític’, li respon la seua dona. Per sortir-se’n, Salam declara que és guionista, cosa que no és certa, i Assi comença a donar-li consells pràctics sobre com hauria de desenvolupar-se la trama. La farsa es complica quan, per una sèrie d’atzars, Salam arriba a ser guionista i s’enfronta al fet que no sap com escriure els diàlegs. Aleshores demana ajuda al capità Assi que tracta de complaure a la seua esposa però, segons l’equip, l’argument cada cop s’apropa més a la propaganda sionista.

 

La metaficció és l’artefacte utilitzat per fer-nos arribar l’intriga de la telenovel·la, ambientada al 1967, poc abans de la Guerra dels Sis Dies, que va enfrontar Israel contra Egipte, Jordània, Irak i Síria. Un espia franco-àrab (Lubna Azabal) s’infiltra a l’exèrcit israelià seduint un oficial semita, per aconseguir informació sobre la estratègia futura de combat. La dona acaba amb el cor dividit entre el militar hebreu i un revolucionari palestí. A més, la sèrie té una estètica barroera, pròpia dels culebrots mediocres produïts per a la televisió.

 

Amb una intriga aparentment lleugera, la història ens apropa a la situació dels territoris ocupats i d’un conflicte anquilosat durant dècades. Ens mostra el diferent punt de vista entre les generacions de palestins: els majors, desenganyats amb el que havien d’haver estat els Acords d’Oslo de 1993; i els joves que desitgen un futur amb més esperança, amb la temptació sempre de fugir a l’estranger, especialment cap a Europa. Enmig de tot això, l’hummus, aquest deliciós puré de cigrons tan tradicional al món àrab, esdevé la baula d’unió entre aquests dos mons enfrontats: Assi, el capità jueu, adora un bon hummus casolà, mentre que Salam, un jerosolimità palestí, l’odia. El perquè d’aquest insòlit disgust de Salam i el final de l’embolic ens recorden que és possible bastir ponts de comprensió i convivència quan es té en compte l’essencialment humà.

 

Tel Aviv on fire és el tercer llargmetratge de Sameh Zoabi, director palestí amb nacionalitat israeliana. En tots, l’eix central és la guerra entre Israel i Palestina i totes les tensions que emergeixen en la convivència en aquesta zona del planteta. Under the same sun és un drama i Mawsem Hisad, un documental.

 

Begoña Chorques Fuster

Professora que escriu