DÍA 02. BELÉN Y JERICÓ: He abierto los ojos a las cuatro
de la madrugada y he pensado: ‘Estás en Jerusalén’. Ya no he podido cerrarlos
más. Hemos tomado nuestro primer desayuno israelí: quesos, hummus, verdura a la
plancha, pescado medio cocido. Todo bien frío. No sé si será una señal. Hoy es
Sabbath, el día santo para los judíos.
Han venido a recogernos al hotel
muy puntuales. Hoy haremos la visita en grupo. El conductor del autocar ha
tenido que detener la marcha porque había dos coches mal aparcados y no tenía
espacio suficiente para pasar. Uno de los conductores ha vuelto unos minutos
después con un pan debajo del brazo. Era un hombre mayor, de aspecto distraído
y desaliñado. El conductor del autobús ha bajado y ha empezado a gritarle con
una violencia verbal insospechada apuntándole con el dedo índice. He recordado
que nosotros tampoco somos un ejemplo de sosiego al volante pero me ha parecido
que le imprecaba demasiado. Después nos han conducido hasta
el monte Scopus, desde donde hemos iniciado la marcha. Hemos cruzado también el
control hacia Palestina. Como íbamos en grupo de una empresa turística
israelita, no hemos tenido que detenernos. Hemos contemplado el muro de la
vergüenza por primera vez. ¿Cuántos muros hay que separan personas en el mundo? El
guía israelí que nos ha acompañado a Belén ha dicho que antes de su construcción
vivían realmente aterrorizados. Ha afirmado que esa era su experiencia.
En Belén hemos visitado la Basílica de la Natividad donde se encuentra la cueva donde se cree que nació Jesús. Había una fila muy larga para visitarla. Nosotros hemos visitado el otro lado de la cripta porque está dividida en dos partes. En la iglesia, unos monjes ortodoxos custodiaban la nave central echando a todo el mundo con modales ásperos y ariscos. Colocaban sillas para que la gente no pudiera acceder. Mi sensación es que esta es una sociedad segregada y crispada: hombres y mujeres, cristianos, judíos y musulmanes. Es la tierra de las vallas y los muros. El arma más potente vuelve a ser el miedo.
En Belén hemos visitado la Basílica de la Natividad donde se encuentra la cueva donde se cree que nació Jesús. Había una fila muy larga para visitarla. Nosotros hemos visitado el otro lado de la cripta porque está dividida en dos partes. En la iglesia, unos monjes ortodoxos custodiaban la nave central echando a todo el mundo con modales ásperos y ariscos. Colocaban sillas para que la gente no pudiera acceder. Mi sensación es que esta es una sociedad segregada y crispada: hombres y mujeres, cristianos, judíos y musulmanes. Es la tierra de las vallas y los muros. El arma más potente vuelve a ser el miedo.
En el claustro de la iglesia
había religiosos (alguna mujer también), vestidos de hábito, sentados esperando
a que algún peregrino se les acercase para hablar con ellos. ¡Qué necesidad
tenemos los seres humanos de comunicarnos, aunque sea con desconocidos!
En la cueva
de los pastores (una de las tres que hay) hemos contemplado más fervor
religioso. En todos los lugares santos han construido una iglesia y se ha
decorado el rincón con iconografía y escenografía de la escena que representa.
No se deja nada a la imaginación del visitante, sea religioso o no. Había un
grupo de cristianos sudamericanos rezando y tocando la guitarra. Han tardado en
marcharse porque todos querían hacerse una foto con una imagen del Niño Jesús
que había sobre el altar. Le besaban los pies, las manos y la cara como si se
tratara de un niño de verdad, con auténtica devoción. Algunos se hacían la foto
contemplando la imagen del niño con embelesamiento.
De camino a
Jericó, hemos pasado por delante de la puerta de la sede de la Autoridad
Nacional Palestina donde vive Mahmud Abbas. Había una fotografía suya y otra de Yasir
Arafat, fallecido en 2004 y enterrado en Ramala, capital de Palestina. A la
entrada de Jericó había una rotonda con la letras ‘I Love Jericho’ con el
corazón transfigurado en el logo publicitario de Pepsi. Hemos comido en Jericó
una pita con falafel, patatas fritas y hummus. Un palestino, muy simpático, con
bigote y un gorro turco, nos iba poniendo lo que le pedías dentro del pan. ‘Where
are you from?’ nos ha preguntado mientras estrujaba con las manos la pita con
el falafel dentro. A lo largo del día, nos hemos reído recordando este gesto.
He de confesar que el falafel estaba muy bueno: crujiente por fuera y tierno
por dentro.
Después de comer, hemos visitado
los restos arqueológicos de Jericó, la ciudad habitada más antigua de la
humanidad. Hacía muchísimo calor, más que en Xàtiva (y sé lo que digo). También
hemos podido ver una excelente vista de la ciudad actual. Desde abajo, se ve la
Montaña de la Tentación donde se encuentra un monasterio del siglo XVIII. Es un
lugar casi inaccesible y es un placer contemplarlo. Hay un funicular que sube y
te deja cerca. Vamos recorriendo algunos lugares de la vida de Jesucristo. Nos
detenemos en un sicómoro de la época (eso nos han dicho), bajo el cual Jesús
predicaba y donde se encontró con el joven rico. ¿Os acordáis? ‘¿Qué tengo que
hacer para seguirte?’ Jesús le contestó que tenía que venderlo todo, entregarlo
a los pobres y seguirlo. El joven se fue cabizbajo porque tenía un montón de
dinero y no le gustó la respuesta. ¿Qué le vamos a hacer? Hoy estaban tres
hombres sentados charlando a la sombra. Cuando hemos bajado del autobús, han
montado el tenderete en un abrir y cerrar de ojos y se han acercado para
vendernos el fruto del sicómoro y dátiles. El sicómoro es una especie de
cacahuete con una capa externa que también se come. El sabor de los dátiles es
sencillamente insuperable. Nunca me han gustado pero estos frutos son
maravillosos. Los hombres nos insistían para que se los comprásemos. Pienso en
el día a día de esta gente, tan alejada de nuestra manera de hacer y vivir, en
su concepción del tiempo. Y también reflexiono sobre los lugares que hemos
visitado y que tendrían que ser para la reconciliación.
Otra vez en
Jerusalén, la Ciudad Vieja nos ha vuelto a convocar. Hoy hemos entrado por la
Puerta de Damasco, al barrio árabe. Hemos accedido bajando por la calle Nablus
y dejando a un lado la estación de autobuses árabe. Hemos recorrido las
estaciones de la Vía Dolorosa que es el camino de Jesús al calvario y hemos
sentido el estremecimiento de la historia que hay en cada rincón de esta
ciudad. En la segunda estación, unos italianos jóvenes la recorrían con una
cruz encima.
Muy cerca de
la estación tercera, hemos subido a la terraza del Hospicio austríaco. No hay
ningún anuncio que te diga que es el lugar que buscas y que desde allí se puede
ver una de las mejores vistas de Jerusalén, con la Cúpula de la Roca muy cerca.
Conocíamos la dirección pero parecía estar cerrado. Cuando dos turistas se han
acercado y han llamado, hemos aprovechado para entrar. Hemos subido y hemos
disfrutado del espectáculo visual hasta que una pareja me ha pedido que les
tomara una fotografía. Antes que nada, me ha preguntado si hacía buenas fotos.
Después me ha mostrado una fotografía de Internet en la que había una pareja en
aquella misma terraza. Parecían modelos de un anuncio publicitario. Pretendían
que les hiciera la foto exactamente igual. Se colocaban de lado sin mirar a la
cámara. Después de hacerle un par, le he dicho que deseaba disfrutar de la
vista. He tenido ganas de enviarlos a paseo. La estupidez no se va de
vacaciones en Jerusalén.
Hemos ido
pisando y conociendo las callejuelas de la Ciudad Vieja. Hemos acabado de nuevo
en el Muro de las Lamentaciones con una sensación de mayor sosiego que ayer.
Las judías hacían sus oraciones y caminaban hacia atrás para no dar la espalda
al muro. A los visitantes no les está permitido tomar fotos en Sabbath. Les
queda el resto de la semana para hacer todas las que quieran. Finalmente, hemos
iniciado el mismo camino de retorno que hicimos ayer. En la plaza del Muro
había unos cuantos niños con la kipá y los rizos jugando al fútbol con una
botella de plástico como balón. Nos hemos cruzado con dos adolescentes con el
sombrero judío que corrían hacía dentro con mucho alboroto. Hemos comentado que
da igual dónde estés: los adolescentes son ruidosos en cualquier lugar del
mundo. Cuando salíamos y dejábamos a mano izquierda la Puerta del Estiércol o
de los Marroquíes, un policía israelí llevaba a rastras, empujándolo y
cogiéndolo por el pecho a uno de los adolescentes que corrían minutos antes. El
policía gritaba muy fuerte con una violencia incomprensible. Todos, quietos y
mudos, mirábamos la escena con estupor y sorpresa. Me ha sorprendido la cara de
sorpresa de una madre judía que iba con tres niños. Me he
acordado de mis alumnos adolescentes. La sensación de serenidad se ha
desvanecido por completo. Me han dado ganas de llorar. Otra vez el miedo y la
violencia.
Hemos vuelto poco a poco al
hotel buscando un poco de la paz de esta ciudad supuestamente santa. Hemos
atravesado por segundo día la Puerta de Sión. Unos niños bastante pequeños, con
la vestimenta judía, jugaban, corrían y reían. Estos sí tenían una pelota.
Sábado, 24 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero
Begoña Labordeta, me ha fascinado el relato, aunque esa última imagen del policía y el muchacho adolescente me ha llenado el corazón de alfileritos.
ResponderEliminarYa me gustaría parecerme al señor Labordeta. Sí, la imagen del adolescente fue muy desconcertante y triste. Es un lugar con demasiada agresividad contenida.
EliminarDeseando estoy que salga la siguiente parte 🙂🙂🙂🙂, muy interesante y bien contado
ResponderEliminarGracias, Javier. Mi intención es compartir con vosotros una crónica cada dos semanas hasta completar el viaje entero. Me alegro de que te guste y te interese. El viaje, sin ninguna duda, fue fascinante.
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