DÍA 01. MADRID - JERUSALÉN: El despertador
ha sonado a las cinco de la madrugada. Con el sueño entre los dedos, hemos ido
al aeropuerto colocando las calles. Ya nos hemos encontrado un buen número de
peregrinos cristianos y algún judío con kipá. ¿Qué le vamos a hacer? Vamos a
Tierra Santa. El vuelo ha sido muy tranquilo. Será que íbamos en la gracia de
Dios, pero no nos han dado ni un vaso de agua, aunque no fuera bendita. En las cuatro horas largas he aprovechado para leer sobre Tel Aviv, la poesía de Anna
Swir y he vuelto a ver Inside Out de
Pixar para comprobar cómo me van las emociones. A nuestro alrededor, íbamos en
la compañía de un grupo de jóvenes universitarios varones de la Universidad de
Navarra que tenían como propósito visitar los lugares santos del cristianismo.
Leían libros bien gordos y hablaban sobre ellos y también veían vídeos en sus
móviles y hacían bromas. La educación exquisita era su seña de identidad.
A la
llegada al aeropuerto de Ben Gurion (primer presidente de Israel que proclamó
el estado en 1948), hemos pasado el control de pasaportes. Ya habíamos leído
que este es seguramente el aeropuerto del mundo donde más se vigila la
seguridad. Cuando nos tocaba la revisión manual del pasaporte, después de
guardar la cola, el trabajador jovencísimo de físico caucásico nos ha espetado
un ‘foreign no’ y hemos decidido desplazarnos a la caseta de al lado sin volver
a hacer toda la fila. Este trabajador, joven también, con barba y la piel bien
morena (la diversidad física me llama la atención) nos ha preguntado cuántos
días íbamos a permanecer en el país, por qué los visitábamos y en qué ciudades
íbamos a pernoctar. Ha sido corto y hemos podido pasar rápido. Nada más salir
del aeropuerto, hemos tomado un sherut (taxi colectivo) hacia Jerusalén. En
este medio de transporte, tienes que esperar hasta que se llene para emprender
la marcha. Nos ha tocado esperar media hora hasta que todos los asientos se han
ido ocupando en un goteo continuo y lento. La mayoría de los viajeros eran de
habla inglesa. Los dos últimos que han subido han sido un matrimonio judío
mayor que han tenido que sentarse separados: él delante y ella en la parte de
atrás. El marido le ha encomendado al viajero que se sentaba junto a su esposa
y que tenía una pierna lesionada y debía llevarla estirada: ‘Take care my
wife’. Ha dicho riendo y el resto de los ocupantes le han correspondido al
chiste con al menos una sonrisa. Las señales de la autovía están en hebreo,
árabe e inglés. He pensado si no sería más fácil vivir en paz respetándose.
Israel tiene dos lenguas oficiales: el hebreo y el árabe, pero desconozco si
los funcionarios tienen la obligación de conocer ambas lenguas, cosa que dudo.
Algunos
conductores son incívicos con adelantamientos por la derecha. El conductor
lleva el microbús con pericia. En un momento en que íbamos por el carril de la
izquierda, una moto le ha adelantado por la derecha, se ha situado delante de
nosotros y ha frenado obligando a nuestro conductor a hacer lo mismo. El
conductor y el hombre judío mayor se han reído de este comportamiento atrevido y
desafiante del motorista. No sé qué me ha llamado más la atención: el
comportamiento incorrecto y peligroso del motorista o la reacción lúdica y
divertida de los ocupantes del sherut.
Jerusalén es de color ocre. Me recuerda a Ammán y a El Cairo un poco.
Todas la casas están cubiertas con el mismo paramento, algo almohadillado, de
este color. Han tardado en atendernos en la recepción del hotel porque el
recepcionista le explicaba a una clienta en hebreo algo que parecía no gustarle
a la señora. Finalmente, hemos comido a las cinco de la tarde con más hambre
que el Lazarillo. Hemos tomado un rollo de verdura y ensalada y hemos bebido
agua para hidratarnos un poco. Ha sido nuestra primera comida santa.
Después hemos
caminado hacia abajo hasta la Ciudad Vieja. Hemos entrado por la puerta de
Jaffa, dejando a mano derecha la Torre de David, como es conocida. En la
Ciudadela, se encontraba el palacio de Herodes que, después de su muerte, fue utilizado
por los procuradores romanos. Uno de ellos fue Poncio Pilato (os sonará su
nombre). Hemos recorrido la calle de David donde hay muchas tiendas (es un zoco
árabe) y hemos llegado a la Iglesia del Santo Sepulcro donde están las últimas
estaciones de la Vía Dolorosa, el vía crucis que Jesucristo recorrió hasta la
crucifixión. Fuera había mucha gente sentada alrededor de la fachada
conversando de manera distraída. He pensado si eran conscientes de que estaban
en uno de los lugares más importantes del cristianismo o será que en Jerusalén
es sencillamente imposible responder a todos los estímulos culturales que se
reciben. A la entrada, un religioso ortodoxo llamaba la atención a todos
aquellos que no llevaban las piernas y los hombros cubiertos. Seis comunidades
religiosas diferentes comparten la administración del Santo Sepulcro: etíopes
ortodoxos, armenios apostólicos, católicos romanos, griegos ortodoxos, coptos
ortodoxos y sirios ortodoxos. Tengo entendido que no tienen muy buena relación
y que las llaves de la iglesia las tiene una familia árabe que las custodia
desde hace generaciones. La concordia es la seña de identidad de esta tierra.
Aquí ya hemos
contemplado las primeras muestras de fervor religioso en esta tierra. En la
Piedra de la Unción, justo a la entrada, algunos visitantes rezaban con la
frente pegada en la piedra que conmemora el lugar donde el cuerpo de Jesús fue
ungido antes de ser enterrado. También, en una capilla a la derecha, a la que
se sube por unas escaleras se puede tocar la piedra del Gólgota. Más gente
devota guardaba la cola para ver la Capilla del Santo Sepulcro. No nos hemos
planteado esperar las dos horas que tardaríamos en llegar a la puerta para ver
la tumba de Cristo. Pero, ¿no resucitó? ¿Aquel sepulcro fue donde estuvo los
tres días que permaneció muerto? Desde fuera parece un lugar muy oscuro,
demasiado.
Cuando hemos dejado atrás la devoción cristiana, un torrente de judíos
que corrían hacia el Muro de las Lamentaciones para celebrar el principio del
Sabbath y hacer las oraciones nos ha arrastrado sin ninguna misericordia. Era
casi imposible saber por donde pisábamos; solo nos dejábamos llevar por la fe
rabínica que nos ha desembocado en la plaza del Muro. A un lado, los hombres;
al otro, las mujeres. Me ha impresionado ver cómo la religión y las creencias
aún mueven las vidas de las personas. Algunos grupos formaban un círculo y
cantaban y gritaban y daban saltos en un rito conocido para ellos. No sé si he
vivido el día de hoy o lo he soñado. Siento la percepción alucinada. Estar en
Jerusalén, un lugar tan importante para la historia de la humanidad y para las
tres religiones monoteístas, una ciudad en disputa, me produce una sensación de
extrañeza. No sé si he visto todo lo que he visto o era una película. Mañana
iremos a Palestina para visitar Belén y Jericó. Ahora a dormir y a soñar con lo
que he visto hoy.
Viernes, 23 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Jerusalén, que significa "ciudad de la paz". Pronto dejarás de dudar si fue sueño o no y vivirás en la certeza del recuerdo: la memoria de ese pasado tuyo en ese curioso oxímoron de Jerusalén, ciudad de la paz.
ResponderEliminarEste es solo el primer día. Quedan otros nueve...
EliminarYa empiezo a entrar en esa certeza. Reescribir el diario de viaje me está ayudando a vivirlo así. Y seguir leyendo sobre este lugar tan fascinante, absurdo y contradictorio.
ResponderEliminarCualquier vida es precisamente eso: fascinante, absurda y contradictoria.
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