Cafarnaúm es la tercera película de la directora
libanesa Nadine Labacki. Cuenta la historia de Zain, un niño de doce años que
decide demandar a sus padres por haberle traído al mundo. Al inicio, Zain, que
se encuentra recluido en un centro de menores, es conducido ante el juez,
atónito por tan insólita acusación. Empiezan entonces una serie de flash-backs
que van reconstruyendo la infancia desposeída y desamparada del protagonista.
Zain es hijo de unos parias, refugiados
sirios sin papeles. Ni siquiera sabe su fecha de nacimiento, ni posee documento
alguno que acredite su existencia como ser humano. Zain no vive, sobrevive. Es
hijo de unos padres que no cuidan de él y que no dejan de escupir hijos al
mundo porque no saben hacer otra cosa. Zain quiere ir al colegio y aprender
porque ha observado la ida y venida de otros niños a la escuela y quiere ser
como ellos. Zain no lo consigue. Zain tiene una hermana, casi de su misma edad,
a la que trata de proteger del abuso y de ser vendida al casero desalmado de
sus padres cuando empieza a tener el período y para el que él mismo trabaja.
Tampoco consigue impedirlo y se escapa. En su huida, Zain se encuentra con
Rahil, una inmigrante ilegal etíope que oculta a su hijo de meses porque sabe
que si lo descubren se lo arrebatarán. Zain ayuda a Rahil a cuidar de Yonas.
El crítico Carlos Boyero comentó que
sufrió viendo la película y recordándola después. Y así ocurre: la historia no
da tregua a la lucha de supervivencia de este niño cuya mirada de profunda tristeza
es un grito de incomprensión hacia la barbarie del mundo al que fue traído. A
pesar de las críticas que ha recibido la película por intentar limpiar la mala
conciencia occidental, Cafarnaúm es
la denuncia de Labacki ante las situaciones de injusticia atroz que viven los
personajes que protagonizan la cinta. También se la ha acusado de frívola por
tomar un punto de vista estético y utilizar la música, como si poner el arte al
servicio de una causa social fuera superficial.
Cafarnaúm trata de dar voz a los que no tienen
voz, se fija en el eslabón más débil de la cadena de despropósitos: los niños.
Y para ello Labacki utiliza el lenguaje cinematográfico que domina y lo pone al
servicio de la historia para darle autenticidad, para golpear al espectador una
y otra vez con la verdad descarnada de demasiados seres humanos en la Tierra.
El rodaje se compuso de unas quinientas
horas que pretenden la espontaneidad del gesto y la veracidad del relato. Se
añade la dificultad de rodar con niños y con actores no profesionales, porque
la vida del personaje Zain no es demasiado diferente de la del niño que lo
interpreta, Zain Al Rafeea. También ha sido criticado el final como una
concesión comercial de la directora, como si dejar la puerta entreabierta a la
esperanza fuera un gesto de marketing y no de necesaria humanidad. Zain también
se merece una oportunidad: el real y el de la ficción.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico Ágora Alcorcón
Imagen extraída de la red
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