Una cambra pròpia

domingo, 1 de julio de 2018

JUNIEMBRE

Otro curso ha quedado atrás. Junio suele ser un mes de intenso trabajo para el profesorado y los equipos directivos de los centros educativos. En este curso,  que ya es historia, juniembre ha sido un caos del que hemos salido como hemos podido en los centros de la Comunidad de Madrid. A final del curso pasado ya se nos informó de que, en el curso 2017 – 2018, los exámenes extraordinarios tendrían lugar en junio, y no en septiembre, como hasta ahora. Así la convocatoria ordinaria sería a principios de junio y, a continuación, seguirían las actividades lectivas hasta el día 22. Durante estos días, los profesores debíamos realizar actividades de ampliación para aquellos alumnos que hubieran superado la asignatura y actividades de recuperación y refuerzo para los que se tenían que examinar de nuevo a final de mes. A lo largo de los meses anteriores y en reiteradas ocasiones, las asociaciones de directores y los equipos directivos han pedido pautas a la administración educativa para la organización y desarrollo de estos días singulares. La respuesta ha sido el silencio. ¿Cómo se organiza en una misma aula, a una temperatura superior a los treinta grados, a un grupo heterogéneo de treinta adolescentes entre los cuales el 80 % ya ha aprobado la asignatura y el 20 % tiene que hacer un esfuerzo extra para lograrlo en apenas quince días? Todo esto se tiene que hacer con los mismos recursos humanos y materiales que se han tenido a lo largo del curso, mermados por los recortes desde hace ya casi una década. Sencillamente, no se puede. De ahí, el silencio.

El final de curso se ha precipitado. A finales de mayo, estábamos realizando los últimos exámenes a nuestros alumnos para corregirlos y evaluarlos. Todos nos hemos fundido en un esprint final que se ha adelantado. Esto ha provocado que la mayoría de los alumnos aprobados hayan decidido, animados por las altas temperaturas y de acuerdo con sus padres, que el curso había acabado para ellos (a efectos académicos, realmente ya había acabado). Nada se les puede reprochar. Son alumnos que han superado las asignaturas y que están disfrutando de su merecido descanso. Los profesores hemos seguido registrando las faltas de asistencia, ya que de no hacerlo, nos exponemos a responsabilidades indeseadas más allá de nuestras competencias. A los que han decidido seguir asistiendo a clase, se les ha atendido con la misma diligencia que en los meses anteriores y como a sus compañeros suspensos (en el caso de no ser absentistas).

¿Cuál ha sido el ambiente de estos días en las aulas? En la mayoría de cursos, los profesores hemos seguido trabajando con los alumnos suspensos que acudían a las clases de refuerzo y recuperación. Hemos tratado de orientar su estudio hacia el examen extraordinario y de resolver sus dudas y subsanar sus lagunas para que lograran el ansiado aprobado. En algunos grupos, especialmente en los primeros cursos de ESO, un porcentaje considerable de alumnos aprobados ha seguido asistiendo a las clases. Los profesores hemos seguido con las tareas de recuperación, pero la dinámica que se ha instalado en las aulas no ha sido de trabajo, porque sencillamente no podía serlo. Profesores y alumnos nos hemos soportado como hemos podido gracias a la estima que hemos acumulado a lo largo de los meses precedentes. Al final, lo hemos vuelto a conseguir: no ha corrido la sangre ni nadie ha salido herido. Sin embargo, he tenido ocasión de leer en la prensa que en otras autonomías a algunos profesores se les abrirá un expediente por haber ‘desincentivado’ la asistencia a clase durante estos días. ¡Qué fácil es matar al mensajero! Especialmente, cuando no cuentas con él para nada a la hora de tomar decisiones y organizar un final de curso que ha resultado caótico.

¿Qué hemos logrado con este adelanto de la convocatoria extraordinaria? De momento, se ha ‘perdido’ casi un mes de clase ordinaria, hecho que ha provocado que los currículos no se hayan podido completar como debieran. Se ha ahondado en el desprestigio de la educación pública y de la tarea docente de los profesores (que conste, al menos, que nadie nos ha preguntado ni consultado a la hora de hacer efectivos estos cambios). No obstante, parece, al menos en este curso, que el porcentaje de aprobados en la convocatoria extraordinaria aumenta de manera significativa. ¡Eureka! Quizás se ha logrado una manera de mejorar los resultados académicos con los mismos recursos humanos, materiales y económicos. Sin embargo, quisiera hacer un par de reflexiones sobre esto: ¿realmente el alumno que estaba suspendido el 8 de junio ha asimilado los contenidos mínimos de la asignatura el 22 de junio? Les describo la situación: un grupo reducido de alumnos asistiendo a clases con el profesor que ya tiene el examen diseñado y conoce las preguntas. Obviamente, ese examen está orientado a la consecución de esos objetivos mínimos. El profesional se dedica a explicar y practicar esos contenidos. Al final, alumnos con serias dificultades de comprensión lectora y expresión escrita han logrado el deseado 5 que les da el pase. Hay que reconocer su esfuerzo y pensar que el próximo curso podrán seguir mejorando sus habilidades comunicativas pero, ¿es esta la calidad educativa que defendemos y deseamos?

Por último, este curso he impartido clase en dos grupos del mismo nivel de ESO. En uno de ellos, los alumnos y sus padres decidieron que solo asistirían los alumnos suspensos (excepto alguno más); en el otro, han asistido regularmente unos dos tercios de la clase. Los resultados han sido significativos: en el primer grupo han recuperado el 75 % de los alumnos suspensos frente al 20 % de alumnos del segundo. ¿Estoy llamando al absentismo de los alumnos aprobados en junio? Por Dios, ¡no! ¿Estoy criticando a los padres cuyos hijos han seguido asistiendo a clase porque han considerado que era lo mejor para ellos? Tampoco, sin lugar a dudas. Lo que estoy tratando de afirmar es que la clave de la calidad educativa, junto a la innovación y la formación del profesorado, está en la ratio de los alumnos, esto es, en el número de alumnos que cada profesor tiene que atender. Sencilla y llanamente. Por cierto, en el claustro final de curso nos anunciaron que en junio de 2019 la fiesta continuará.


Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico digital Ágora Alcorcón





3 comentarios:

  1. Hola, Begoña. Llego a tu blog a traves de tu compañera Laura. Suscribo plenamente lo que dices. La clave del aumento de aprobados no ha sido que se dedicasen las últimas clases a repasar, sino que han asistido pocos alumnos y el profesor les ha orientado hacia el tipo de preguntas del examen.
    También habria que comparar el resultado final de la ordinaria de esta año con el resultado de la ordinaria del sño pasado. A mí me han suspendido más en ordinaria. ¿Por qué? Porque he ido deprisa y corriendo todo el curso para cumplir plazos. Por eso, cuando ha habido un momento de reposo (en los cursos en que lo ha habido), los resultados han mejorado.


    (He eliminado una errata del comentario anterior)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Efectivamente, los resultados parece que han mejorado porque hemos impartido clase a pocos alumnos, es decir, que la clave está en la ratio. Yo no he suspendido más, pero a costa de no terminar el temario y de darlo más superficialmente. También hay que tener en cuenta la idiosincrasia de cada centro y de sus alumnos. Muchas gracias por tu comentario. En cualquier caso, el próximo curso tendremos más...

      Eliminar
    2. Mira, he estado comentado el final de curso con una amiga-compañera de la carrera que forma parte de un equipo directivo en Valencia, donde llevan tres o cuatro años con este sistema... Lo tiene clarísimo: NO FUNCIONA. Ni es bueno para los alumnos, ni es bueno para la organización del centro, ni para los profesores... La cuestión es: ¿a quién le viene bien esto?

      Eliminar