Una cambra pròpia

domingo, 13 de abril de 2025

VIEJOS TIEMPOS

Beber en los clásicos es siempre necesario y Harold Pinter es una de las fuentes donde nutrir e hidratar la palabra poética. Viejos tiempos (Old times) es un texto enigmático del Nobel de Literatura con el que inaugura la década de los 70 del siglo XX. El Teatro de la Abadía nos propone un montaje dirigido, de forma impecable, por Beatriz Argüello a partir de la traducción y la versión de Pablo Remón, que capta el tono del texto original pinteriano. En esta obra, las palabras son importantes, pero tanto o más lo son los silencios que envuelven y aíslan a los tres personajes protagonistas.

 

Anna (Marta Belenguer) llega a la casa de Kate (Mélida Molina) y Deeley (Ernesto Alterio), situada en medio del campo en un paraje idílico. Anna fue amiga de la juventud de Kate y llegaron a vivir juntas, pero hace más de veinte años que no se ven. Lo que empieza como un encuentro que busca rememorar los vínculos creados en el pasado y volver a los espacios comunes acaba convirtiéndose en un pulso dialéctico, en el que cada uno busca el reproche hacia el otro.

 

A partir del diálogo inicial entre el matrimonio, y según van avanzando las conversaciones entre los tres, se nos va revelando que la memoria es un constructo que cada uno de los personajes manipula a su antojo o según sus necesidades. Poco a poco, los tres van recordando capítulos, cargados de emociones juveniles, que son tergiversados para hacer daño a los demás. El pasado se cambia cada vez que uno de ellos habla y el espectador deberá convertirse en el sexto personaje que interprete el enigma de cada uno de ellos.

 

Porque el cuarto es el tiempo, que empieza siendo un pasado idealizado, cada vez más borroso, para acabar siendo manejado y hacerse presente, hasta el punto que los recuerdos son vividos y convertidos en hecho teatral. Las palabras, poéticas, alejadas del realismo, se convierten en obstáculos para la comunicación, desatan una violencia contenida pero descarnada entre ellos, que deja en evidencia su tremenda soledad y su aislamiento, porque todos ellos parecen guardar un secreto que los deja desvalidos, a la intemperie, si se quedan en silencio.

 

El quinto personaje es la memoria, hija del tiempo, que confunde el sueño con el recuerdo, que hace trampas con lo verdadero y lo falso y que juega al escondite con la invención y la fábula, que busca una nueva forma de escribir su/nuestro pasado, y que acabará siendo la protagonista, dejándolos/nos en manos de la melancolía y la postración. Por eso, las palabras de Anna nos resultan tan reveladoras: «Hay cosas que recuerdo que a lo mejor nunca pasaron, pero, como las recuerdo, ocurren de verdad».

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 

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