Una cambra pròpia

domingo, 2 de abril de 2023

HAY ALGUIEN EN EL BOSQUE

En 1992 hice los exámenes de Selectividad y di el salto a la universidad, Juan Mayorga viajó por Europa con el Interraíl y Anna Maria Ricart se fue de vacaciones a Ibiza. Barcelona vivía el momento que había estado preparando desde hacía años: sus Olimpiadas. España llegaba a un supuesto cénit de progreso y bienestar con la Exposición universal de Sevilla. Ese mismo año miles de mujeres sufrieron agresiones sexuales en Bosnia-Herzegovina como estrategia de guerra. Eran violadas de forma sistemática hasta que quedaban embarazadas del enemigo. 

 

La obra de teatro Hay alguien en el bosque de Anna Maria Ricart recoge el testimonio de estas mujeres y también de algunos de los hijos nacidos de estas violaciones. Se trata de una obra de teatro documental, como Jauría puesta en escena por Kamikaze en 2020, que forma parte de un proyecto de ‘Cultura i conflicte’, un equipo multidisciplinar de profesionales que, desde la cultura como arma de transformación social, pretende dialogar y reflexionar sobre conflictos y realidades problemáticas. Hay alguien en el bosque incluye, junto a la obra de teatro, una exposición fotográfica, una película documental y una propuesta educativa para centros de secundaria y enseñanza superior.

 

La violencia contra las mujeres como arma de guerra utilizada de forma sistemática y estratégica empezó a ser considerada como tal a partir del genocidio de Rwanda y de la guerra en los Balcanes. Hasta ese momento, esto se había considerado un tema privado o ‘daños colaterales’ que todo conflicto tiene. Cristina Sánchez Muñoz, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, se pregunta si el mal tiene género. Lo cierto es que la guerra no tiene rostro de mujer, dice la nobel Svetlana Aleksiévitx, pero la guerra sí tiene cuerpo de mujer. “Mi cuerpo es un campo de batalla”. La estrategia radica en naturalizar esta violencia que consiste en saquear las casas y violar a las mujeres. Se trata de una agresión de varón a varón, de expropiar el cuerpo de las mujeres del enemigo haciendo que den a luz a los hijos del enemigo. Estas violaciones grupales que se producen en manada refuerzan la cohesión grupal e intensifican los roles de género. En Bosnia fueron violadas mujeres musulmanas, serbias, croatas y gitanas pero el 90 % de las agresiones fueron contra mujeres musulmanas llevadas a cabo por serbios. En la firma de los Acuerdos de Paz de Dayton nunca se tuvo en cuenta cuántas mujeres sufrieron este drama, pero se calcula que entre veinte mil y cincuenta mil mujeres, de niñas a ancianas, fueron violadas salvajemente.

 

Anna Maria Ricart Codina recoge el testimonio de estas mujeres en la obra de teatro que estos días se puede ver en el Teatro de la Abadía de Madrid. En muchos casos son declaraciones fragmentadas, con contradicciones en su discurso, porque así fueron dados por estas mujeres con graves secuelas psicológicas, pero también físicas. El horror no puede ser narrado con un relato bien construido. Son las palabras de mujeres a las que les gustaría olvidar. El texto de Ricart es un compendio de sus revelaciones en los encuentros que la dramaturga y el resto del equipo mantuvieron con ellas. Desde el principio de la representación, el espectador es invocado y situado como testigo mudo, como lo fuimos los europeos de los años 90 del siglo pasado y como lo estamos actualmente ante la guerra de Ucrania; pero también se mantiene la distancia emocional y la consciencia moral de que lo que se ve es una representación, un constructo de un drama humano inimaginable e irrepresentable para no caer en el melodrama ni en la autocomplacencia. Somos testigos y cómplices silenciosos de lo ocurrido. Se nos coloca en la zona gris de Primo Levi o en el mal banal que definió Hanna Arendt. Solo así la representación teatral y su dramaturgia, cuyas tripas se muestran, nos inducen a la reflexión y a la creación de una memoria colectiva para así salir transformados del teatro.

 

Los actores son actores: Ariadna Gil, Chantal Aimée, Òscar Muñoz, Magda Puig, Judith Farrés, Erol Ileri y Pep Pascual. Y nos cuentan cómo eran y lo que estaban haciendo en la Barcelona olímpica. Pero Gil también asume la voz de Nevenka: “¿Tengo que mirar la cámara? […] ¿Me queréis grabar dando de comer a las gallinas?” Así empieza la representación que terminará con la filmación de la Nevenka real, una bosnia de origen croata, en el momento de pronunciar la oración que da nombre al proyecto. En medio, dos módulos inclinados de hierba y árboles artificiales que reproducen ese bosque desde donde todavía las acechan porque para ellas la guerra no ha terminado. “Venís aquí y nos traéis café y azúcar […] y, a cambio, queréis nuestra historia”, nos dirá Milica (Chantal Aimée) a la que le cuesta hablar en presencia de los varones de ‘Cultura i conflicte’.

 

Para estas mujeres la maternidad se convierte en destrucción y maldición. Eran retenidas en campos de concentración el tiempo suficiente para que no pudieran abortar. Unas dieron sus hijos en adopción porque no querían ni verlos, otras los mataron y alguna decidió quedarse con su hijo a pesar de recordarle el episodio más doloroso de su vida. Ajna Júsic (Judit Farrés) es presidenta de la Asociación de Niños Olvidados de la Guerra e hija de una mujer violada que decidió criarla con el continuo temor al rechazo y a la vergüenza. Ajna luchó para que el nombre de su madre fuera el que figurara junto al suyo en su título universitario y no el de un padre desconocido y criminal. Lejla (Magda Puig) es una joven británica adoptada por dos periodistas que estaban trabajando en el conflicto y que descubre que es fruto de una violación como otros muchos treintañeros. Años después conoció a su madre biológica que pidió que la apartaran de ella, en el momento posterior al parto, para no ahogar a la criatura. También nos cuentan cómo murió Jordi Pujol Puente, primer fotoperiodista muerto en el conflicto a causa de una granada de mortero, como ocurrió con José Couso y Julio Anguita Parrado en la guerra de Irak. ¿En medio de este horror cabe dar voz a los verdugos? Anna Maria Ricart lo cree conveniente y escuchamos el testimonio de Dusko (Òscar Muñoz) que niega todo lo sucedido y proclama su inocencia: “No era yo, era alguien parecido a mí”. Vosotros leeréis estas líneas desayunando o tomando café tranquilamente en este Domingo de Ramos primaveral. Yo estaré volando destino Budapest, mientras violan a alguna mujer en Ucrania como botín de guerra, porque la historia de la ignominia se repite.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe






2 comentarios:

  1. Las líneas finales de tu reseña me han hecho sentir un escalofrío... Una podría pensar que del 90 a hoy hemos cambiado algo, para mejor....Pero en algunos lugares están en guerra por las mismas razones mezquinas de siempre. El ser humano es la única criatura que tropieza dos veces en la misma piedra. Pena.
    Disfruta en Budapest!

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    1. Gracias, Covadonga. No solo tropezamos dos veces sino cientos en la misma piedra. Somos así de primarios...

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