Una cambra pròpia

domingo, 9 de enero de 2022

LAS CRIADAS

“La Señora es dulce. La Señora es guapa. La Señora es buena”. Claire y Solange son hermanas. Claire y Solange son las criadas de una Señora de la alta burguesía francesa. Por las noches celebran un ritual perverso donde la realidad y la ficción se mezclan en un juego peligroso de cambio de identidades. Claire es la Señora y Solange es Claire. Solange es la Señora y Claire es Solange. Las hermanas alternan los papeles, ninguna existe por sí misma. La Señora representa para ellas el deseo de ser otra, de no ser ellas. Se visten, juegan y representan la personalidad de la Señora. Aman y odian a la Señora. Quieren ser la Señora. Se odian a sí mismas.

 

Magnética, oscura, descorazonadora, cruel, demoledora, sugerente, brillante: absolutamente nada es mejorable en este montaje de Las criadas. La versión de Paco Bezerra recoge la fuerza del texto genetiano. Las interpretaciones pletóricas de Alicia Borrachero y Ana Torrent nos muestran hasta la extenuación el desgarro interno de estas dos mujeres. La intervención de Jorge Calvo, que se pone en la piel de la Señora siguiendo la tradición de puestas en escena anteriores, es de una solidez que deja al espectador sin habla, casi sin aliento. El vestuario y la escenografía, de una blancura quirúrgica, aséptica, inquietante, contribuyen al pacto escénico sagrado entre el público y los actores, entre el espectador y el autor. El texto no pretende ser realista, pero lo que ocurre es auténtico y real durante noventa minutos.

 

Jean Genet estrenó Las criadas en París en 1947. La obra, considerada uno de los textos dramáticos clave del siglo XX, sufrió el rechazo del público. Ante el peculiar uso del lenguaje, un crítico de la época le reprochó que “las criadas no hablan así”. Su respuesta fue que “sí lo hacen: pero solo a mí, cuando estoy solo, a medianoche. […] Uno tiene que ser capaz de escuchar lo no dicho. Estas criadas son unos monstruos, como nosotros mismos cuando soñamos”. Las criadas fue escrita en prisión por un dramaturgo que antes fue ladrón, vagabundo, convicto, hijo no deseado de madre prostituta y padre desconocido. Que Genet conocía el dolor lo sabemos bien cuando escuchamos las palabras de Solange y Claire, porque estas criadas hablan desde la tortura y la devastación internas. Estas hermanas viven con una gran falta de amor, necesitan ser vistas y consideradas. Saben que son invisibles a la sociedad, que no valen nada. Sus manos son una prolongación de “la escobilla del wáter”. Solange es una mujer que tiene dentro una gran violencia. Su dolor es tan hondo que tiene una necesidad imperiosa de insultar y agredir. Su impulso vital para seguir adelante es una agresividad extrema que se convierte en incontrolable al final de la función. Claire es el espejo de su hermana. Tiene una relación de absoluta dependencia con ella, se quieren y se detestan a la vez. Se machacan mutuamente y se aman al mismo tiempo. Las dos son personajes desgraciados, infelices y miserables, conscientes de su desdicha y de la imposibilidad de salir de su situación. Viven atrapadas en el círculo infernal de la servidumbre y de su miseria interior. En las dos mujeres hay una locura y una angustia, encerradas en una olla a presión, que se desbordan al final. Como afirma la propia Ana Torrent, “esta obra es una montaña rusa, no hay tregua”, aunque “la Señora es dulce. La Señora es guapa. La Señora es buena”.

 

Begoña Chorques Fuster

Profesora que escribe

 


 


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