Víctor Espiga es el nombre del médico catalán que menciono en el título y trabaja en un hospital de Barcelona (eso creo). Apunto esto último porque no conozco personalmente a Víctor; solo somos amigos virtuales a través de la red social de Zuckerberg. Víctor es aficionado a jugar con las palabras y a explorar las posibilidades expresivas del lenguaje. Lo hace de una manera original y ocurrente. Los que me conocéis entenderéis mi interés en sus publicaciones. Un rasgo que caracteriza al doctor Espiga es que siempre muestra una sensibilidad especial hacia los temas que trata en su muro.
Hace unos días hizo una publicación con la que no podía estar más de acuerdo. La transcribo literalmente (traducida) porque subscribo cada coma: “¿Queréis que os diga por qué es tan difícil controlar la pandemia causada por el Covid-19? Porque es una enfermedad que ataca al núcleo de nuestro estilo de vida. Porque hemos creado una sociedad globalizada, pero solo en lo que concierne a la obra de mano barata y no en lo que afecta a la riqueza. Porque nos hemos creído que viajando compulsivamente encontraríamos aquello que no nos hemos atrevido a buscar dentro de nosotros. Porque nos han enseñado que no somos ciudadanos, sino consumidores de bienes y de tiempo. Y ahora de repente, no sabemos no serlo. Porque somos una generación que no valora el esfuerzo y no tolera la frustración. Porque somos una generación que no respeta a los que saben. Confundimos opinión con sabiduría. Porque nuestra inmadurez generacional provoca que, a pesar de tener la solución dentro de nosotros, esperamos que esta solución venga de fuera. Porque queremos una vacuna que nos solucione el problema, y así no tener que responsabilizarnos de cumplir las normas. Porque el problema no es el virus. El problema somos nosotros.” No sé qué opinaréis pero yo pienso que este médico, que cada día se juega la salud para que nosotros mantengamos la nuestra, da en la diana. Me hizo pensar tanto que quise que mis alumnos de Bachillerato también reflexionaran y se la leí en los instantes finales de nuestras clases comprimidas por la semipresencialidad obligatoria por motivos pandémicos. Soy consciente de que el puesto que ocupo en esta cadena social me obliga a intentar concienciar a nuestros jóvenes de la importancia de tomarse en serio esas tres reglas tan básicas y que tanto nos cuesta cumplir: máxima higiene, distancia de dos metros y uso de mascarilla.
Días después, volví a leer en su muro que, a propósito del escrito que os reproduzco, estaba recibiendo insultos y amenazas a través de la red. Me quedé tan perpleja que solo pude animarlo comunicándole lo que yo había hecho con sus palabras. Podemos estar de acuerdo o no con el doctor Espiga, podemos expresarle nuestra disensión o callarnos, pero lo que no tiene calificativo posible son estas reacciones tan virulentas y desproporcionadas. ¿A qué se deben? ¿Por qué encajamos tan mal el desacuerdo? ¿Por qué toleramos tan poco que nos cuestionen nuestro modo de vida y de pensar? Quizás hemos construido este edificio sobre unos cimientos quebradizos o sin soporte alguno. Quizás nuestra sociedad ya estaba enferma antes de la llegada del SARS-Co-2 y nuestro virus se llama deshumanización.
Desde hace semanas los adultos nos quejamos del comportamiento insolidario e incívico que están teniendo los más jóvenes y de que con él están contribuyendo a la propagación del virus. Suponiendo que esta premisa fuera cierta, entonces deberíamos preguntarnos por qué. Un amigo querido del teatro (a este sí lo vi y hablé con él muy pocos días antes de nuestro encierro) me envió por una conocida red de mensajería instantánea esta reflexión de Pier Paolo Pasolini que intuitivamente asocié a las palabras del médico catalán en cuanto las leí. Me pareció, además, un pensamiento muy cervantino:
“Creo que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar primero.
Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de hacedores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde...”
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Imagen extraída de la red
He sentido placer y sobre todo compañía al leer tu reflexión sobre Espiga y Passolini. Gracias.
ResponderEliminarYa tengo unos años y me eduqué creyendo verdadero el fracaso irremediable -influencia de lecturas existencialistas, seguro- y desconfiando del triunfo y la felicidad fácil - leíamos también cómo el invento de Huxley, el "soma", nos ofrecía la felicidad a cambio de la libertad.
La libertad se entendía entonces como bien muy preciado e irremediablemente ligado a la responsabilidad: ser responsables de elegir, de asumir que cada decisión, cada acción tenía consecuencias, positivas o negativas. Y ser capaces de reconocer el error, de preferir mil veces el fracaso, la derrota, al éxito a toda costa, basado a menudo en la trampa, la mentira, el ninguneo o la destrucción de los otros.
¡Oh tempora, oh mores!...
Gracias, María José. Yo me dejo de preguntarme qué entienden por libertad estos defensores a ultranza que le han salido, a derecha y a izquierda...
EliminarNo le pierdas la pista a Victor! Nos ha acompañado mucho en este aciago año. Tengo muchas ganas de conocerle, cuando hayamos vencido este virus.
EliminarNo pienso perdérsela. A ver si en el próximo viaje a Barcelona... que no sabemos cuándo será, pero llegará. Un saludo.
EliminarMolt bon article!
ResponderEliminarMolt bon article!
ResponderEliminarMoltes gràcies!
EliminarGrcias por vuestros comentarios. Me pregunto porqué no habrá más qente que piense como vosotros.Porqué hay mucha gente que saca la constitución para exigir sus libertades, aún a costa de las posibles consecuencias de sus actos.Eso sí, cuando ocurre algo malo como consecuencia de sus actos le echa la culpa al gobierno.
ResponderEliminarUn abrazo, aunque sea virtual.
Parece que no son tiempos para buscar y reivindicar 'el bien común'. Creo que tenemos mucho que aprender de los orientales, especialmente de los japoneses, que haciendo su trabajo cada cual lo mejor que saben, contribuyen a construir ese bien común. Cumplir con tu obligación repercute en tu beneficio propio y en el de todos. Se trata de saberse parte de un colectivo, de una sociedad y que con nuestro comportamiento condicionamos al resto.
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