Los trabajos peor remunerados, con peor
consideración social muchas veces, aquellos para los que no es necesaria una
titulación universitaria, aquellos puestos de trabajo que primero se destruyen
cuando vienen mal dadas han resultado ser los más esenciales en esta crisis sin
precedentes. Ellos son el personal de limpieza, los reponedores de los
supermercados, los transportistas, los trabajadores de la industria alimentaria
y su logística, los ganaderos, las cajeras, el personal de residencias de
mayores y enfermos, los agricultores, los que recogen nuestros residuos… Todas
estas personas salen cada mañana de su casa, para ellos no hay confinamiento
que valga, a trabajar para que no falte de nada en nuestros frigoríficos y despensas
y para que la suciedad no nos devore. En muchos casos, su trabajo es invisible.
Se da por hecho. Por eso hemos vivido tanto tiempo ignorándolo, habitando como
si no fuera necesario, esencial. La próxima vez que hagan una de esas
peligrosas salidas al supermercado, cada vez que tomen un producto de las
estanterías en sus manos enguantadas en nitrilo, piensen en la cantidad de
trabajadores esenciales que han hecho posible que ese alimento llegue a su
cesta de la compra. La mayoría de ellos no se plantean hacer otra cosa porque
es su empleo, su obligación, la manera en que se ganan la vida, con lo que
pagan la hipoteca de su casa, las facturas y dan de comer a sus hijos, pero el
resto sí debiéramos mostrar el reconocimiento necesario a la labor imprescindible
que están realizando para que el resto nos quedemos en casa, muchos de nosotros
teletrabajando confortablemente desde el salón de nuestros hogares.
A todos estos trabajadores se une un
colectivo, más precario aún, ya que no puede teletrabajar, que ha debido permanecer
en su casa en su inmensa mayoría y que carece de casi todos los derechos laborales
porque pertenece a la economía sumergida: las señoras de la limpieza (porque
todas ellas son mujeres) que mantenían adecentadas nuestras casas mientras
nosotros salíamos a trabajar a nuestros empleos importantes,
cualificados, no esenciales. ¿Estamos protegiendo a este sector vulnerable
pagando durante el confinamiento, en la medida de nuestras posibilidades, el trabajo que desempeñan y
que no siempre hemos apreciado lo suficiente? Quizás sea el momento de
demostrarles el valor que su trabajo tiene en nuestro día a día, de mostrarnos
humanos y sensibles con aquellas que no tienen la suerte de recibir su salario
íntegro sin salir de casa. Pero no se engañen: no es caridad, es justicia
social.
Todo esto no debiéramos olvidarlo una
vez haya pasado la pandemia y podamos ir volviendo poco a poco a la nueva
normalidad que nos espera. Todos somos necesarios en el engranaje colectivo que
es nuestra sociedad, pero ha quedado en evidencia que ningún trabajo
cualificado (acaso el de los sanitarios y científicos) puede ahora sustituir la
labor de estos trabajadores no
cualificados. Una vez más la realidad se impone al lenguaje para darnos con la semántica en
toda la boca de nuestra arrogancia. Quizás los economistas
debieran cambiarles la etiqueta en el tejido productivo y llamarles por el
nombre de lo que han demostrado ser: trabajadores
esenciales.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que
escribe
Viñeta de Andrés Faro