Identidad
borrada es el segundo largometraje
de Joel Edgerton como director. Está basado en el libro Boy Erased (Identidad borrada) (Ed. Dos bigotes, 2019) en el cual
su autor, Garrard Conley (1985, Arkansas) cuenta su experiencia en un programa
para curar su homosexualidad, apoyado
por la Iglesia. Los hechos que se cuentan ocurrieron hace apenas quince años.
La película está protagonizada por un contenido
Lucas Hedges que interpreta a Jared Eamons, un joven de 19 años que ha vivido una
infancia feliz. Jared es hijo de un predicador baptista (Russell Crowe) al que
admira por su entrega a la comunidad y de una abnegada madre (Nicole Kidman)
que parece no cuestionar el papel que le ha otorgado la sociedad en la que
vive. Jared es un muchacho bueno y observador, que trata de ser sincero consigo
mismo. Por eso, antes de ir a la universidad, decide cortar con su novia. Poco
tiempo después sus padres descubren que es homosexual y le plantean el
ultimátum: o eres gay o eres nuestro hijo. Entonces Jared acepta someterse a
una terapia de conversión en LIA (Love in Action), una entidad de carácter
cristiano que pretende cambiar la personalidad de quien se somete a este
tratamiento mediante el reconocimiento del error y del pecado de la homosexualidad.
Tras el ingreso del paciente, se lleva a cabo un control férreo de sus hábitos
cotidianos. Se le priva de su teléfono móvil, para evitar que vea pornografía,
y de todo aquello que pueda ser un elemento de distracción: cualquier lectura que
no sea religiosa, la escritura creativa que incentiva la imaginación o
practicar el yoga, por ejemplo. Los hombres deben ir pulcramente afeitados y
sin patillas y las mujeres deben depilarse dos veces por semana. Los colores en
la indumentaria y el vestuario es algo que también se controla y vigila.
Mediante estas actuaciones, se inicia la negación de la personalidad de la
persona que se somete a este tratamiento, su alienación y que este sea capaz de
sentir “el perdón de Dios” a su terrible culpa: ser como es, sentir atracción
sexual y amorosa por personas de su mismo sexo. No ser capaz de reprimir estos
impulsos, conducirá al rechazo de uno mismo hasta el punto de llevar al
suicidio en algún caso.
La historia que recoge el libro y la película
ocurrió en Estados Unidos hace quince años (poco o mucho tiempo, según se
mire). En España, hace apenas dos meses, saltó la noticia a los medios de
comunicación de que estas pseudoterapias se impartían bajo el amparo del
Arzobispado de Alcalá de Henares, ya que se han interpuesto algunas demandas.
Pese a ser ilegales en la Comunidad de Madrid, más allá del consentimiento de
la persona o no, los obispos pasaron de guardar silencio y no defenderlo a
cerrar filas en torno a Reig Pla, porque la Iglesia no puede renunciar a
acompañar a aquellos que sienten malestar
por su orientación sexual. ¿Se imaginan a un religioso diciéndoles si se han
planteado alguna vez asistir a terapia para tratarse esas inclinaciones negativas que sienten? Yo no tengo que imaginármelo.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Artículo publicado en el periódico Agora Alcorcón