Me gusta
contemplar su mundo desde esta esquina. De vez en cuando los miro de reojo,
algunos gesticulan con las manos, otros las posan tranquilamente sobre el
vientre, algunos las colocan en la nuca. Son los que aún están seguros de su
universo. Cuando empieza a resquebrajarse, acecha el miedo por las fisuras. Es
un proceso más o menos lento, depende de la persona y de sus resistencias y
mecanismos de defensa. Aún recuerdo cuando me sucedió a mí misma. Todas tus
seguridades se escurren por la alcantarilla y te ves débil, como un pajarillo
que se cae del nido. Es por eso que a tanta gente le da pánico tumbarse en el
diván. No lo saben pero quieren seguir con sus miserias, esas que les hacen
sentir tan mal pero a las que se encuentran tan pegados porque son su
referencia.
Es una caída
dolorosa, que te deja con todos los armarios interiores vacíos, descolocados,
abiertos de par en par. ¿Cómo no se va a sentir pavor? En una ocasión, Laia (es
un nombre ficticio, ya que he de respetar el secreto profesional) me confesó
que era como si tuviera el vientre abierto en canal y sus tripas estuvieran en
mis manos. Es una materia tan sensible que solo puedes sentir un poco de
estupor y un gran respeto. Todos somos niños un poco desconcertados que vamos
buscando cariño y nuestra propia orientación en la vida. El renacimiento es
lento, con idas y venidas, pero es un proceso inexorable. Me llena de orgullo y
alegría cuando salen adelante, seguros, con nuevas estructuras.
También hay días
que los mandaría a paseo, sobre todo, cuando me vienen con tonterías por las
que creen que se morirán. Supongo que a todos nos pasa, pero me he de contener
para no levantarme y pegarles una colleja para que espabilen. ¡Qué tozudo es el
ser humano tan a menudo! Depende de cómo me encuentre ese día me es más fácil
lidiar con estas bobadas. No soy una máquina y también tengo jornadas mejores y
otras en que lo enviaría todo a freír espárragos y me marcharía a dar una
vuelta por la montaña. ¡No sé qué haría sin la naturaleza! Uno de los mejores
momentos del día es cuando me levanto por la mañana y contemplo la cumbre de mi
montaña desde la ventana: el pico de la Miel.
Es obvio que no
quieres a todos los pacientes igual. Podría decir que es más fácil querer a
aquellos con los que tienes más afinidades ideológicas, vitales o con aquellos
con los que compartes aficiones, pero tampoco es verdad del todo. Un vez Laia,
la paciente de quien he hablado antes, supo que me gustaba la fotografía. Me
hace mucha gracia cuando sienten curiosidad por mí. Ellos no saben nada de mí y
yo, poco a poco, voy sabiéndolo todo de ellos. Es una relación totalmente
asimétrica. Hay alguno más intuitivo que sabe hacer diana con el dardo. En ese
momento he de poner cara de póquer y hacer como que la cosa no va conmigo. A
veces me parto de risa con estas situaciones. A mí me toca trabajar con la
contratransferencia. Esa tarea es mía, no suya.
A los que más
quiero son aquellos con los que más he sufrido, aquellos con los que he vivido
más profundamente sus contradicciones y también las mías. Aquellos con los que
he metido la pata en alguna situación, que no he sabido interpretar y, a pesar
de todo, han decidido seguir adelante son de quienes más cerca me siento.
Recuerdo una tarde que no fui capaz de ver una situación de emergencia donde
hubo un riesgo vital real. Afortunadamente todo salió bien. El vínculo que
quedó después de aquel proceso tan luctuoso resultó inquebrantable.
Esto no es
ninguna ciencia exacta y cada persona es diferente. Lo lamento mucho cuando no
acierto la palabra pero tengo que ser consciente de mis limitaciones y
aceptarlas. Somos como artesanos de las emociones que vamos dando pequeños
golpes con los nudillos, haciendo toc-toc, para comprobar dónde está hueco.
Donde suena es donde se tiene que trabajar. También tengo que tener en cuenta
su reacción cuando abordamos el tema para ver la profundidad de la herida. A
veces solo con el roce, su mundo interno se agita y debemos analizar el porqué.
Todos se enfadan
conmigo. Es una reacción que ocurre tarde o temprano. Además, es algo que tiene
que suceder. En algunas situaciones es la mejor manifestación que pueden tener
ante los sentimientos que experimentan recordando lo que han tenido que vivir
en su infancia o adolescencia. La violencia es la única respuesta que pueden
dar a la sensación de estafa y pérdida que experimentan. Casi siempre es
verbal. Lo entiendo perfectamente cuando alguien me insulta, consecuencia de la
transferencia. Es muy duro para algunos cuando consiguen poner nombre a aquello
que les hicieron. Cuando sostienes en brazos a un niño que ha perdido a sus
padres en un accidente de tráfico, mientras te da patadas para expresar su ira,
lo que menos daño te hace son los moratones que te deja en las piernas.
Está claro que el
tiempo que permanecen en terapia condiciona la relación que tenemos y la manera
de trabajar, pero los recuerdo a todos. Transcurren los años y van transitando
por la butaca y el diván, pero tengo todos sus nombres guardados en la memoria.
Y mira que tengo que escribir todo lo que me dicen porque si no, se me olvida.
¿Por qué me gusta tanto la fotografía? Porque la única manera de cambiar las
cosas es volviendo a mirarlas con cuidado.
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Profesora que escribe
Fotografía extraída de la red
No hay comentarios:
Publicar un comentario