DÍA 05. JERUSALÉN: El día de ayer fue duro y hoy
me he despertado con la misma sensación de alucinación del primer día. Los
sueños se amontonaban esta noche. Dicen los psicólogos (en realidad, lo
dice una psicóloga que conozco) que cuando una persona recibe una fuerte
impresión, la respuesta a ese trauma es soñar una y otra vez lo que ha vivido
con la finalidad de que la mente asuma lo que ha experimentado. Me pregunto qué
soñarán, noche tras noche, todos los niños palestinos que viven en Hebrón, encerrados en
sus casas como jaulas.
Hemos retomado nuestra rutina
jerosomilitana. Ya le tengo tomada la medida al mostrador de viandas del
comedor. Mis desayunos se constituyen de quesos y humus principalmente. No me
acostumbro al pescado y las verduras fríos. Un huevo cocido de buena mañana
también me da energía. Después de nuestro desayuno israelí, nos hemos dirigido
hacia la Ciudad Vieja.
Es un rasgo, demasiado a menudo
propio de los viajeros, pasar por lugares cuyo significado desconocen. La
ignorancia es lo que tiene y todos vamos bien servidos de ella. Nuestro
trayecto matutino consistía en dejar atrás la calle King George V y bajar por
Hillel Street, un camino que a la ida hacíamos con energía y cuesta abajo,
rodando como monas de Pascua. Antes de llegar a la calle Mamilla, una especie
de centro comercial al aire libre, lleno de tiendas y restaurantes, en la misma
calle Hillel dejábamos a mano derecha el Museo de Arte Judío italiano y, más
adelante, junto a una plaza, las obras del futuro Museo de la Tolerancia.
Después de conocer in situ la dinámica de esta tierra, nos tronchábamos de risa
cada vez que pasábamos y contemplábamos el gran cartel que hablaba del proyecto
y mostraba una ilustración del futuro edificio muy moderno y vistoso. Era una
risa áspera y triste. Como os decía hace un momento, la ignorancia muchas veces
aún nos deja un poco de paz.
Eugenio García ha escrito que
dedicar un museo a la tolerancia en la “ciudad más exaltada y sectaria del
mundo” puede considerarse una idea absurda. Por eso, nuestra mueca amarga. Pero
este hecho no es lo peor. El Museo de la Tolerancia está construyéndose sobre
el cementerio musulmán más antiguo y más noble de Jerusalén; allí están
enterrados algunos compañeros del profeta Mahoma. El cementerio de Mamam Allah
(Mamila en hebreo) fue la necrópolis más grande de Jerusalén hasta que los
judíos ocuparon la parte oeste de la ciudad en 1948, año en que se declaró el
estado de Israel. ¿Qué os parece este nuevo concepto de tolerancia? Pues,
debéis saber que el Tribunal Supremo ha fallado que la construcción del museo
siga adelante, sin hacer caso de las protestas y alegaciones de la comunidad
musulmana. Desde 1967 no les han dejado acometer obras a los musulmanes para
mejorar las condiciones de la necrópolis. No obstante, todo lo que digo no fue
un inconveniente para que, en 1992, el ayuntamiento de Jerusalén destruyera una
parte del cementerio para construir un parque y un aparcamiento de coches. El
Museo de la Tolerancia tiene un presupuesto de doscientos millones de dólares;
este es el precio de esta valiosa cualidad a la que todos aspiramos. Ya me
diréis si no era mejor permanecer en la ignorancia y disfrutar del paseo
matinal.
La galería de Mamila también es
muy curiosa. Llegamos a Jerusalén en víspera de sabbath y aquella calle comercial
se parecía al cementerio que lleva su nombre. Como decía el poeta romántico,
los muertos se quedan muy solos y nosotras caminábamos con nuestra única
compañía, bien solas. Por la mañana, la geografía humana es casi inexistente
también. Algunos negocios comienzan a abrir y es posible tomar un café y
visitar el excusado. Sin embargo, al atardecer, cuando subimos con el peso de
lo vivido y visto durante el día en la piernas, la fisonomía del lugar se ha
transformado radicalmente. La primera vez que lo vimos tan animado nos
sorprendió mucho aquella simulación de la Verbena
de la Paloma, con el permiso de los amigos madrileños. Estaba lleno de
gente por todas partes: tiendas y restaurantes, pero también la calle. Parecía
un lugar diferente. Las familias y parejas paseaban arriba y abajo. También se
veían cuadrillas de adolescentes de chicos y chicas que se lanzaban miradas y
se sentaban en unos bancos.
El camino a la plaza del Muro lo
conocemos bien. Poco a poco, hemos ido dibujando un mapa en nuestra cabeza de
la Ciudad Vieja a base de zancadas. Hemos querido acercarnos al Muro y tocarlo
con las manos. Cada año más de un millón de mensajes y peticiones son
depositadas en las rendijas que dejan las piedras. Esta es una costumbre que
solo tiene trescientos años de antigüedad. El primero que introdujo su mensaje
fue el rabino Haim ben Attar, que vivía en Marruecos y se lo encargó a un
peregrino. Desconocía que iniciaba una costumbre que repiten centenares de
personas cada día. Desde entonces, millones y millones de papelitos se han
depositado en una de las paredes más populares del mundo. Tienen que retirarlos
dos veces al año y son enterrados en el Monte de los Olivos sin leerlos. Al
servicio de correos israelí llegan miles de cartas destinadas a Dios Todopoderoso;
algunas son para Jesucristo y la Virgen María, incluso. Todas estas misivas son
enviadas al Muro y no a la Iglesia del Santo Sepulcro, aunque la mayoría están
escritas por personas que profesan la religión cristiana. Digo yo que pensarán
que, como Jesucristo y su madre eran judíos, está bien hacerlo así. La
costumbre de rezar en el Muro tampoco es demasiado antigua, ya que comenzó en
la Edad Media. A menudo lloran y se lamentan por la destrucción del Segundo
Templo; lo hacen sobre las piedras que Herodes ordenó restaurar hace más de dos
mil años. Nosotros no hemos querido dejar escapar la ocasión y hemos escrito
nuestro deseo o plegaria en un papelito para colocarlo en una grieta. Supongo
que no hemos sido demasiado originales en nuestra petición: casi todas tienen
que ver con la familia, la salud o la falta de esta y el dinero. ¿Sabéis que
una vez hubo alguien que escribió el número de un décimo de lotería que había
comprado? Para ver si Dios Nuestro Señor trucaba la bolita. Algunos escriben su
dirección en el remite. ¿Os imagináis la cara de estupefacción si Yahveh les
hace la gracia de contestarles?
Era temprano pero había muchas
mujeres pegadas a las veneradas piedras del Muro. Finalmente hemos podido decir
la nuestra a estas rocas. A mi lado había una mujer con la cabeza totalmente
cubierta por un velo. No podía verle la cara pero la escuchaba llorar
desconsoladamente como si hubiera vivido una gran tragedia personal. Como os he
dicho anteriormente, se lamentan por la pérdida del Segundo Templo. No quiero
ser indiferente a la sensibilidad religiosa de estas personas pero me resulta
muy difícil conmoverme de esta manera por algo que sucedió hace casi dos mil
años.
Después de dejar nuestra especie
de petición (dicen que no se debe decir) en el Muro de las Lamentaciones, hemos
subido por la pasarela de madera que conduce a la Explanada de las Mezquitas.
La entrada ha sido rápida porque no había cola. Había leído que a menudo se
tiene que esperar para acceder pero no ha sido nuestro caso. Esta es la puerta
por la que tienen que entrar los no musulmanes, ya que los que profesan la fe
de Mahoma pueden acceder desde cualquiera de las entradas con un horario más
amplio que los infieles.
Enseguida que penetras en el
recinto, a mano derecha tropiezas con la Mezquita de Al-Aqsa, la más lejana, desde donde el Profeta
ascendió al cielo. La historia de este milagro también es muy curiosa. La Isrâ, como la llaman los musulmanes,
llevó al profeta en un instante de la Meca a Jerusalén, y después por el Mi’ray (viaje nocturno) ascendió a la
parte más alta de los cielos. No hay solo uno, sino siete; por eso decimos eso
de estar en el séptimo cielo, que es el ático de los cielos, la mejor parte de
la edificación celestial. Todo este capítulo se halla recogido en el Corán; de
ninguna manera me lo invento yo, que no tengo tanta imaginación, solo un poco
de memoria. Mahoma ascendió a lomos de Buraq,
un equino mitológico, y en la compañía del ángel Gabriel que ya lo había
visitado diez años antes de convertirse en profeta. Este chico o chica alado
(que no sé si tienen sexo) era muy aficionado a hacer visitas sorpresa. Antes
de emprender el viaje le abrió el pecho, le sacó el corazón y se lo dejó más
limpio que los chorros del oro sin dejarle ninguna herida. Después lo montó en
Buraq y en un abrir y cerrar de ojos, viajaron hasta la mezquita más lejana que
era la que teníamos delante de nuestros ojos en Jerusalén. Allá hicieron la
oración antes de subir al primer cielo y al segundo, y así sucesivamente.
Cuanto llegaron al séptimo, el ángel Gabriel lo dejó con el resto de profetas
porque subió a conocer a Dios. El pobre Mahoma se quedó con las ganas de
contemplar el rostro de Dios, pero lo que sí le mostró fue escenas terribles
del infierno y de los castigos que por aquellos lares se infligían. Una vez
acabada la visita guiada, Mahoma bajó a la Tierra de nuevo y continuó su
predicación hasta el 632 d.C., año en que murió.
Nosotras no hemos visto ningún
caballo alado ni ningún milagro. Ni siquiera hemos podido visitar la mezquita
por dentro porque solo pueden entrar los musulmanes. María José era partidaria
de decir que lo éramos para intentar admirar la belleza escondida de la
Mezquita de Al-Aqsa y de la Cúpula de la Roca, pero le he recordado que le
pedirían que recitara alguna sura del Corán y se lo ha pensado mejor. A pesar
de nuestras limitaciones religiosas, allá nos esperaba majestuosa la Cúpula de
Roca, imponente, bella, con la capacidad de emocionar a quien osa contemplar
esta magnífica construcción. Aunque no seas Mahoma, tienes que ascender por una
escalinata que te va acercando a uno de los edificios más hermosos del mundo.
Tú solo estás para mirarlo y admirarlo: con una arcada superpuesta primero; en
todo su esplendor, a continuación. En estos arcos superpuestos por columnas los
musulmanes creen que se colgarán balanzas para pesar las almas de los
muertos.
Hemos paseado por la Explanada
contemplando la Cúpula de la Roca desde todas las perspectivas. Había muchas
mujeres, sentadas en grupos, comiendo y conversando en las sombras que dejaban
los árboles y las paredes de tierra sólida. Nos mirábamos mutuamente con
curiosidad. Nosotras intercambiábamos impresiones entre nosotras, mientras
ellas hacían lo mismo hablando de nosotras. De vez en cuando, nos saludábamos
con la cabeza o la mirada. Aquellas vistas bien merecían el viaje. A las once
los no musulmanes han de abandonar la explanada y así nos lo han dicho. Nos
advirtieron que a veces te echan con modales ásperos pero no ha sido nuestro
caso. Antes de irnos, hemos pedido que nos dejara tomar una fotografía
panorámica del Monte de los Olivos y nos han dicho que estaba bien. Hemos
salido por la puerta de los Mercaderes de Algodón, la más imponente de las
puertas de la Explanada, que da paso al zoco abovedado Al Qattanim de la época mameluca. Estaba muy animado a aquellas
horas de la mañana. Hemos ido paseando por las callejas del barrio musulmán
hasta la Puerta de Damasco.
El día antes, la mujer mayor que
nos hizo la visita por los túneles del Muro, Susanna, nos contó que la
Explanada de las Mezquitas se encuentra en la montaña donde hace cuatro mil
años Abrahán debía haber sacrificado a su hijo Isaac. Ya sabéis que Yahveh se
lo pensó mejor y decidió que aquello de matar al hijo era demasiado exigente.
En este lugar el rey Salomón construyó el Primer Templo en el año 960 a.C. En
su interior se encontraba el Sancta Sanctorum que guardaba el arca de la
alianza con las tablas de la ley, aquellas que Yahveh entregó a Moisés, y que
tan guapo estaba con la cara de Charlon Heston. El rey Nabucodonosor II
(siempre me ha gustado este nombre) destruyó el templo en 588 a.C. y una parte
de la población fue condenada al exilio en Babilonia. Cuando volvieron
construyeron el Segundo Templo en el año 516 a.C. Herodes el Grande, conocido
por las grandes obras que llegó a cabo y por la matanza de los inocentes,
amplió la explanada y mejoró el templo; pero los mismos romanos, bajo las
órdenes de Tito, lo destruyeron en el año 70 d.C. Es muy humano eso de hacer y
deshacer, construir y destruir. El propio Jesucristo predijo su destrucción a sus discípulos (Mateo
24: 1-2) anunciando que no quedaría piedra sobre piedra. Y así fue, que para
eso era el Hijo de Dios y el Segundo Templo no era más que la expresión
preparatoria para el nuevo templo que sería Cristo, según la tradición
cristiana.
La Cúpula de la Roca que hemos
admirado fue levantada por el califa Abd Al-Malik en 691, cuando Mahoma ya
había pasado a mejor vida. Entre el 1099 y el 1187, en la época de las Cruzadas, la Cúpula se convirtió en iglesia cristiana. Los cruzados transformaron la
Mezquita de Al-Aqsa en el Templo de Salomón y la emplearon como palacio real y
establos hasta el año 1187. Saladino tomó la Cúpula de la Roca e hizo que
volviera a ser musulmana hasta el día de hoy, como Alá manda. Y ahora algunos
judíos esperan poder construir algún día el Tercer Templo. ¡Dios mío!
Después de regatear un taxi con
un musulmán secular simpático, nos ha conducido al mirador del Monte de los
Olivos. Finalmente ha bajado el precio porque le hemos caído bien. Antes
habíamos preguntado a dos taxistas israelíes que pretendían que pagáramos
cincuenta séquels por un trayecto que no tendría que costar más de veinticinco
o treinta. No han querido pactar el precio. El taxista árabe ha hablado por los
codos en los escasos minutos que le ha llevado subirnos arriba del todo. Con el
calor que hacía y cuesta arriba hubiéramos tardado cerca de dos horas yendo a
pie. Nos ha dicho que su mujer también era europea, rumana para más señas y que
el sábado estaría en Tel Aviv si necesitábamos un taxi. Nos ha regalado una
tarjeta de visita con su teléfono y se ha despedido. Me ha enseñado también que
hay monedas que son de diez céntimos de séquel, parecidas a nuestras monedas de
cobre. Llevaba una en el monedero desde hacía día días y no sabía qué era
aquello.
Desde allí arriba las vistas son
espectaculares. Se ve el gran cementerio judío que hay y el musulmán, además de
la Explanada de las Mezquitas. Nos hemos dedicado unos minutos para contemplar
esta estampa de la ciudad más disputada del mundo. Después hemos ido bajando
poco a poco haciendo paradas. La primera ha sido en la Tumba de los Profetas.
Es un conjunto de antiguas tumbas excavadas en la piedra. Se ha de bajar una
escalera que te sitúa debajo del mirador. La tradición judía afirma que allí se
encuentran las tumbas de los profetas Ageo, Zacarías y Malaquías, que vivieron
en los siglos V y VI a.C. Sin embargo, los arqueólogos lo dudan porque las
tumbas son de siglos posteriores. A la entrada había un anciano sentado vigilando
que sí parecía ser de la época de los profetas. Los túneles estaban muy oscuros
e inspiraba cierto respeto adentrarse en la oscuridad. He tenido una visión
fantasmagórica que me ha dejado el corazón en un puño y me ha hecho dar un buen
grito: una mujer totalmente vestida de negro que permanecía al lado de la
entrada de uno de los túneles. Parecía salida de un libro del Antiguo
Testamento.
Hemos continuado bajando y hemos
dejado a mano izquierda el cementerio judío. Hacía un sol de justicia y, en medio
de la solana, hemos visto hombres judíos vestidos de negro riguroso visitando
la tumba de familiares. Hacían plegarías inclinando el cuerpo hacia delante una
y otra vez. La segunda parada ha sido en la Iglesia de la Ascensión de Cristo.
La iglesia fue construida por los alemanes en 1910 y está decorada con mosaicos
y pinturas al fresco. Hay un jardín tranquilo donde se puede seguir
contemplando Jerusalén. Pasa desapercibida la capilla de la Ascensión que
señala el punto exacto donde Jesucristo subió hacia el cielo. Muy pequeña y
deteriorada, es de época bizantina y allí se puede contemplar una huella de
Jesucristo. Tan inadvertida pasa que no la hemos visto y no hemos podido seguir
las huellas de Jesús.
Hemos continuado nuestro camino
y hemos visto la Iglesia de María Magdalena por fuera. Íbamos bajando por un
camino estrecho para peatones solo. Esta iglesia ortodoxa recuerda las que se
pueden ver en San Petersburgo. El horario es restringido y cuando hemos
llegado, ya habían cerrado. Solo abren durante dos horas. La siguiente parada
ha sido en el Jardín de Getsemaní y la Iglesia de Todas las Naciones o Basílica
de Getsemaní. Los olivos parecían jovencitos para tener dos mil años. Se cree
que esta iglesia franciscana fue construida sobre el lugar donde Jesús rezó
antes de ser traicionado y detenido (Mateo 26: 36-46). El ambiente y la luz del
templo quieren evocar la oración nocturna de Jesús y su angustia en el Huerto
de Getsemaní. La última iglesia que hemos visitado en el Monte de los Olivos ha
sido la Tumba de la Virgen María. Es un lugar bonito y pintoresco. Cuando
descendíamos por la escalera exterior, nos hemos cruzado con una mujer
enlutada, con la cabeza cubierta, que caminaba con muchas dificultades. Parecía
sacada de alguno de los cuatro evangelios. Se trata de un santuario
subterráneo, donde se llega bajando unas escaleras que están llenas de velas
encendidas. Además hay innumerables lámparas colgadas y valiosos iconos en un
espacio con una iluminación tenue. Las paredes de acceso están ennegrecidas por
el humo de los cirios que hace siglos que se consumen. Según la tradición, es
uno de los lugares más sagrados del cristianismo. Para visitar la tumba tienes
que agacharte y entrar en una especie de gruta donde duerme el sueño eterno la
Madre de Dios. Un detalle curioso de esta gruta bizantina es que hay huevos
encima de las lámparas. No son decoración de Pascua, sino que cumplen la
función de ser un obstáculo para que las ratas no bajen por las cadenas.
Una vez hemos llegado a la parte
baja, nos hemos sentado en un banco a la sombra para descansar un poco. Cuando
hemos recuperado las fuerzas, hemos bordeado la muralla de la Ciudad Vieja por
fuera y hemos pasado por las ruinas de la Ciudad de David. Estas excavaciones
arqueológicas son muy polémicas. Dicen que David conquistó la ciudad y trajo
aquí el Arca de la Alianza hace tres mil años. La tarea de recuperación comenzó
en el año 1850 y aún continúan ampliando el yacimiento hacia Jerusalén
oriental. Si hay controversia en torno a muchas excavaciones jerosomilitanas,
la Ciudad de David se lleva la palma. Está gestionada por Elad, una
organización que incentiva los asentamientos israelíes en Jerusalén oriental,
fomenta el turismo en la ciudad y financia estudios arqueológicos. Algunos
historiadores también han puesto en duda algunas de las conclusiones a las que
han llegado después de los descubrimientos que han hecho y con las que han
querido confirmar historias bíblicas. Es también insólita la existencia de una
excavación judía como una isla, rodeada de barrios palestinos.
Hemos dejado a la derecha la
Puerta del Estiércol o de los Marroquíes, muy cerca de la plaza del Muro y
hemos continuado rodeando la muralla de la Ciudad Vieja por el exterior. Hemos errado en un par
de ocasiones en la calle que debíamos tomar, pero finalmente hemos conseguido
llegar a la iglesia de San Pedro de Gallicantu, donde se dice que Pedro negó a
Jesucristo. Estábamos a punto de darnos por vencidas. Hemos sabido que habíamos
encontrado el camino cuando hemos tropezado con una señal pintada con el icono
de un gallo y una flecha. Jesús se lo dijo mientras cenaban y no se equivocó:
antes de que cantara el gallo, Pedro había negado a su maestro tres veces y
lloró amargamente. Cuando la cosa se pone fea, hay pocos que permanecen dando
su apoyo. Se trata de un edificio moderno con una cripta que preserva el lugar
donde supuestamente se produjo la negación. La vista de Jerusalén y la Ciudad
Vieja es también muy bonita, desde un lateral inédito para nosotras. En este
templo nos hemos encontrado un grupo numeroso de cristianos africanos vestidos
con ropa de colores vivos. Algunas mujeres llevaban unos pantalones con una
telas bien alegres, como los cantos que proferían cada vez que se detenían en
su visita. Hacía mucho sol y hemos tenido que beber mucha agua.
Después de hacer un alto para
comer un poco, hemos encaminado nuestros pies hacia el Monte Sion donde se
encuentra la Tumba del rey David. Se trata de una sinagoga sencilla. A la
entrada ya te indican que los hombres tienen que pasar por un lado y las
mujeres, por otro. La estancia donde se encuentra la tumba está separada por
una especie de biombo de madera frágil y ridículo. Se escuchan las oraciones
que vienen de más allá como gemidos musicados. En nuestro lado, las mujeres
hacían lo mismo. La mayoría mantenían la mirada baja, miedosa. La tumba, a ras
de suelo y cubierta de terciopelo, fue construida dos mil años después de la
muerte del Rey por los cruzados. Aunque es un lugar sagrado para judíos y
cristianos, su autenticidad es muy dudosa. La Biblia (I Reyes 2, 10) dice que
el rey David fue enterrado en el Monte Sión pero los arqueólogos piensan que
probablemente fue inhumado bajo el montículo del Monte Sión original.
Muy cerca se encuentra la
Habitación de la Última Cena. Se trata de un complejo de edificios curioso
donde es fácil perderse. La tumba está fuera del jardín frente al monasterio
franciscano, al cual se entra por una puerta del patio central. Si atraviesas un
arco y subes una escalera, llegas al Cenáculo. Cuando estuvimos había mucha más
gente que los trece que cenaron aquel desgraciado Jueves Santo. La Pascua judía
fue dura para Jesucristo. Quizás el lugar debería transmitir la historia que
hay impregnada en las paredes, el dolor por la traición que era inminente, pero
la aglomeración de gente haciendo fotografías y de peregrinos no me lo han
permitido. Quizás también ha influido el hecho de que la habitación con arcos
de crucería es del siglo IV y, una vez más, los historiadores piensan que
probablemente aquella no fue la sala donde Jesús celebró la Última Cena. Quizás
ya soy demasiado incrédula, solo quizás. Por último, nos hemos sentado en un
banco de la Iglesia de la Dormición de la Virgen. La iglesia de estilo románico
con una torre redonda ocupa el lugar donde la Virgen María murió. Le llaman la
dormición porque fue un sueño tranquilo, una muerte indolora. Nosotras no nos
hemos podido dormir porque subían los cánticos de un grupo de peregrinos que rezaban en la cripta y los pies y los riñones
comenzaban a dolernos también. Queda claro que todavía estamos muy lejos de
todo lo que quiera decir santidad. En el ábside hay un mosaico de María y del
Niño Jesús, sobre los profetas de Israel. Esta iglesia resultó dañada durante
las luchas por el dominio de la ciudad con los jordanos en los años 1948 y
1967. Los soldados israelíes ocuparon la torre.
Me hubiera gustado visitar la
tumba de Oskar Schindler que se encuentra en el cementerio cristiano que hay en
el Monte Sión, pero hemos llegado tarde y ya estaba cerrado. Un vez que se atraviesa
la Puerta de Sión, se ha de seguir recto, colina abajo. Parece que la tumba es
fácil de reconocer porque está cubierta de piedras pequeñas, en señal de
respeto para los judíos. Oskar Schindler fue un industrial austríaco que
arriesgó su vida por salvar a más de mil doscientos judíos de la cámara de gas
dándoles trabajo en su fábrica. Steven Spielberg contó su historia en una
espléndida película en los años noventa, tan recomendable como dura. La lista
contenía los nombres de los judíos que consiguieron transportar a Brünnlitz, lejos del horror y de la muerte.
Después de tanto paraje
cristiano hemos paseado un poco por el barrio judío de la Ciudad Vieja, donde
hemos tropezado con el Cardo Maximus romano. La vía principal de la Jerusalén
romana y bizantina era una avenida de veintidós metros de ancho con porches en
los laterales. Hay una parte reconstruida bajo el nivel actual de la calle,
hecha después de las excavaciones del año 1975. En la época atravesaba la
ciudad hasta llegar a la Puerta de Damasco. Actualmente sirve como entrada
principal al barrio judío desde los barrios musulmán y cristiano. Hemos
aprovechado y hemos visitado la Sinagoga de Hurva. Para los judíos de Jerusalén
es símbolo de resistencia ya que ha sido destruida en dos ocasiones: la primera
en el siglo XVIII y la segunda en la Guerra Árabe-israelí de 1948. El edificio
actual es completamente nuevo y muy moderno. Fue inaugurado en 2010 y se puede
subir a la torre desde donde se puede ver el interior desde arriba y también es
posible disfrutar de unas buenas vistas de los tejados del barrio judío. Es una
más cercana y casera que las que nos ha regalado la ciudad. Junto a la sinagoga
hay una habitación donde es posible sentarse y ver un audiovisual donde
explican la Guerra de 1948 desde su punto de vista. Hemos declinado la
invitación a la clase de Historia y nos hemos sentado en la plaza Hurva, que
estaba muy animada y llena de gente. Hemos aprovechado para observar a los
locales y escribir unas postales. Ellos también nos miraban con curiosidad.
Había muchos niños jugando.
El paciente lector ha leído
sobre los barrios judío, musulmán y cristiano de la Ciudad Vieja de Jerusalén,
pero no ha observado ninguna referencia al barrio armenio. Este último es el
menos extenso de los cuatro. El acceso al barrio armenio es muy restringido, ya
que se encuentra confinado por unos altos muros y unas grandes puertas de
madera. Armenia fue la primera nación en declarar el cristianismo religión
oficial. Fue alrededor del año 300. En el siglo siguiente los armenios se
establecieron en Jerusalén y han permanecido allí de manera ininterrumpida y
discreta. La Catedral de Santiago, construida en el siglo XII, solo se puede
visitar en horario de misa y oficios religiosos. Hay que vestir con decoro para
asistir a los servicios y las mujeres deben cubrirse la cabeza.
Nos hemos despedido de la Ciudad
Vieja y la hemos dejado atrás por la Puerta de Sión. Parece mentira que un
hecho cotidiano y sencillo como atravesar una erosionada puerta en la muralla
sur de Jerusalén fuera un escenario importante durante la Guerra de 1948. En su
fachada se puede ver aún la huella de los disparos que son muchos y ofrecen una
idea de la violencia del combate. Para los árabes esta puerta es la Bab Haret
Al Yahud, puerta del Barrio Judío.
Hemos caminado por las modernas
calles de Jerusalén hasta el calle Azza otra vez. Por el camino nos hemos
encontrado con la embajada de EEUU que el señor Trump decidió trasladar aquí
desde Tel Aviv. Árabes e israelíes consideran Jerusalén su capital pero Ramala
y Tel Aviv actúan como capitales administrativas de los dos países, mientras se
resuelve el estatus de Jerusalén, la ciudad en disputa. Ningún otro país
occidental ha seguido el ejemplo de los Estados Unidos, ya que no quieren que
la tensión en la zona crezca. En el mundo hay trece millones de judíos: seis
millones y medio viven en Israel, cinco millones en los Estados Unidos y el
resto en Europa, principalmente. La comunidad judía más numerosa en Europa se
encuentra en Francia y supera el medio millón de miembros. En España viven unas
cuarenta mil personas judías. Llama la atención que un colectivo humano tan poco numeroso, comparado con la totalidad de la población mundial, tenga una influencia tan determinante en lo que ocurre en el mundo y en los lugares de decisión.
Al comienzo de la calle Azza, se
encontraba el Restobar, un café que abría en sabbath y de los pocos
restaurantes no kosher de Jerusalén.
El propietario del local impuso que el restaurante respetara los preceptos
judíos. Cerró en 2013 y supuso un golpe para la población no religiosa de
Jerusalén. El Restobar era, además, el lugar donde los corresponsales de la
prensa española se reunían para comer cada semana. En el Café Jeshuá nos
esperaban nuestro amigo, el periodista Eugenio García y Nano, su perro israelí
que entiende castellano y no hebrero. Pero no hay ninguna duda de que es un
perro israelí porque está permanentemente alerta mirando a su alrededor.
También nos esperaba un pastel de calabaza con salsa tahini muy rico que nos ha
sabido a gloria. No sé si musulmana, cristiana o judía pero importa poco.
Alguien ha probado la cerveza israelí y no he sido yo. Hemos hablado por los
codos sobre la visita a Hebrón de ayer que nos recomendó Eugenio y de nuestras visitas
e impresiones. También hemos hablado de las lluvias torrenciales que han caído en
Madrid y Valencia estos días.
Eugenio ha
hablado más hoy y nos ha contado cuáles fueron sus primeras impresiones cuando
comenzó a vivir aquí en los años noventa. Le hemos contado que de camino hacia
allí nos hemos cruzado con una pareja muy joven; los dos rozaban los veinte
años. No dejan de llamarnos la atención las pelucas que llevan las mujeres. Le
hemos preguntado por la dureza que debe de suponer para una mujer tan joven
tener que raparse el pelo sin querer. Él nos ha dicho que lo hacen porque lo
tienen que hacer. La misma respuesta hemos obtenido cuando le hemos preguntado
por el día a día de las mujeres judías cargadas con una prole tan numerosa. Es
su vida; no conocen otra cosa y lo tienen asumido. A pesar de todo, me cuesta
creer que no acaben el día muertas de cansancio preguntándose el sentido de sus
vidas. Me parece una lástima. Eugenio nos ha recordado que ellas tampoco
entienden nuestra vida. Sienten pena de una mujer que no tiene hijos; piensan
que nuestra vida está vacía y no tiene sentido. También nos ha dicho que la
guerra demográfica entre palestinos e israelíes va, de momento, empatada.
Nos
hemos vuelto a despedir de nuestro amigo después de haber disfrutado de una
buena cena en la terraza del Café Jeshuá, hemos vuelto paseando poco a poco
contemplando los edificios y las calles. La sensación de normalidad vuelve pero
es difícil mantenerla en una ciudad como Jerusalén –demasiado interesante, como
dice Eugenio– y en un país como este. Aquella fue nuestra última noche en
Jerusalén.
Martes, 27 de agosto de 2019
Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Foto: María José Mier Caminero