Este es el enésimo artículo sobre la
sentencia de la Manada. Seguramente no dirá nada nuevo ni añadirá ningún
argumento original al repugnante fallo del tribunal de Pamplona. ¿Por qué
escribirlo? Para crear sororidad entre nosotras, para aumentar la movilización
histórica que estamos viviendo, para que la víctima de esta deleznable
VIOLACIÓN sienta algo más de nuestro calor. Quiere ser, pues, una piedra más
del puente hacia la igualdad real entre hombres y mujeres.
No quiero hacer un análisis jurídico de
la sentencia porque no soy jurista. Mi intuición como ciudadana me dice que los
cambios legislativos no deberían ir dirigidos a endurecer las penas, sino a
cambiar y dejar clara la tipificación de los delitos sexuales contra las
mujeres. Es inconcebible que una agresión sexual de este calibre sea calificado
como abuso. De esta manera, una sentencia como esta, que desgraciadamente es
más habitual de lo que las personas no relacionadas con el mundo jurídico nos
pensamos, no podrá repetirse. Es necesaria una mayor formación y sensibilidad en
la magistratura actual. Pedir la inhabilitación de los tres magistrados (una de
ellos es mujer) me parece absurdo e inútil. El voto particular me repugna
profundamente, pero se ajusta a derecho, y eso es lo tremendo del caso. Lo que
esta movilización social debe pretender es que la ideología machista y misógina
de ningún juez no tenga posibilidad alguna de prevalecer legalmente en ningún
fallo judicial. Y eso lo pueden y lo deben hacer nuestros legisladores, con la
opinión cualificada de juristas (ellos y ellas).
Sí me gustaría hacer una reflexión sobre
el mensaje que se envía a los jóvenes (ellos y ellas) con este fallo,
especialmente con el polémico voto particular, y quiero hacerlo como docente
que trata con ellos a diario. La redacción de la sentencia deja una misiva
demoledora para nuestra sociedad. Si, como mujer, sufres un intento de
violación, tu elección es complicada: si te resistes, el daño físico puede ser
irreparable y puedes llegar a perder la vida como Diana Kerr. Si tomas una
postura pasiva para no sufrir un daño mayor, se interpretará en sede judicial
que diste tu consentimiento. El mensaje es que, como mujeres, siempre perdemos,
que somos meros objetos de placer de algunos hombres que se sienten con el
derecho a tomar nuestros cuerpos y hacer con ellos lo que les plazca. A todo
esto se añade el hecho de que nadie puede prever ni elegir cuál será su
reacción (resistencia o inmovilidad) ante una agresión de este calibre. Convivo
a diario con mujeres jóvenes de 17 y 18 años, mujeres cuyo cuerpo se encuentra en
plenitud, pero que todavía conservan la inexperiencia y la ingenuidad de su
corta trayectoria vital. ¿Qué puedo decirles ante semejante fallo? ¿Acaso mis
cuarenta años de vida me permiten saber o intuir mi reacción ante semejantes
actos atroces?
Pienso también en mis alumnos varones de
Bachillerato y en su juventud efervescente que, incluso sin saberlo ellos,
busca referentes afectivos y sexuales. Al porno machista y misógino que fomenta
la cultura de la violación y que consumen nuestros jóvenes a un clic de móvil,
se añade el poso envenenado de esta sentencia. Solo desde la educación, en casa
y en las aulas, lograremos que nuestra generación de jóvenes sea consciente de
la violencia explícita e implícita a la que estamos sometidas las mujeres.
Porque debemos tener claro que no han sido monstruos, sino buenos hijos del
patriarcado los que cometieron esta brutal violación. Son hombres que, aún hoy,
no son conscientes del tremendo trauma que han infligido.
Por todo esto, la movilización social de
las mujeres, y también de los hombres, debe continuar, porque solo así
conseguiremos seguir despertando conciencias adormecidas, solo así lograremos
unas leyes más justas para nosotras, solo así todos los hombres serán
conscientes de la violencia machista, solo así provocaremos una reflexión
profunda que favorezca una auténtica transformación social.
BEGOÑA CHORQUES FUSTER
Profesora que escribe
Artículo publicado en el diario digital 'Ágora Alcorcón'